Es la corriente que está de moda en nuestros días. El gobierno de los visionarios y salvapatrias, de los excluyentes de todo signo. Donald Trump lo ha demostrado estos últimos 4 años, y sus 73 millones de votantes acreditan una vigencia que se extiende también por toda Europa, incluso por economías emergentes como Brasil o Filipinas. No solamente de derechas, también es un fenómeno que nos llega ataviado con los ropajes de la izquierda radical, como ocurre sobre todo en el sur de Europa y en América Latina. Lo sabemos bien, pues no somos ajenos a dichas realidades.

El nacional populismo se basa sobre todo en el regreso de los chamanes, esos seres que se creen superiores al resto, que profesan su credo a una ideología fundamentalista que rige y a la que deben servir todos, administraciones y administrados, jueces y justiciables, seguidos de un aparato mediático y manipulador típico de los totalitarismos, que nos trata de lleva a un pensamiento único que margina al que discrepa. Se indignan porque el mundo no se adecúe a sus expectativas, y deben vencer las resistencias de sus adversarios. Para ello, se centrarán no en buscar soluciones creíbles, sino culpables contra los que cargar su odio: ya sean los inmigrantes o las empresas del Ibex 35, según la ideología del chamán. Como escribe Víctor Lapuente en ‘El retorno de los chamanes’, cuando llegan al poder, todo lo impregnan con su ideología, nombran a sus acólitos para puestos de la Administración y politizan todas las decisiones públicas. Su estrategia pasa por ensalzar los instintos más primarios, enalteciendo el individualismo económico o cultural según sea de derechas o izquierdas, el enriquecimiento por encima de todo o la satisfacción personal. Nos hacen creer que tenemos derecho a todo, que el Estado es una máquina expendedora de derechos frente a la cual pocas obligaciones tenemos. Los retrata Hannah Arendt en ‘Los orígenes del totalitarismo’. Ambos comparten entre sus seguidores soledad y vacío espiritual. No es de extrañar, pues han anulado esas ideas trascendentes que han hecho avanzar a las sociedades durante siglos, ya estuvieran basadas en la patria o los valores de la religión. Ambos destacan el empoderamiento individual: hago con mi cuerpo, mi vida y mis obligaciones lo que quiero, empujados por el vendaval hedonista que deriva en una borrachera de narcisismo y likes. Gobernaron la primera mitad del siglo XX y han vuelto a la palestra.

Frente a ello, tuvimos en la segunda mitad de la pasada centuria, los gobiernos del capitalismo social, del estado del bienestar, de la socialdemocracia, del esfuerzo y el sacrificio colectivo que llevó al hombre a la Luna en el año 1969 o a la construcción de la Unión Europea. Los políticos serenos que entienden de forma pragmática la política, que no excluyen a priori hospitales ni escuelas porque sean de una iniciativa u otra. Donde todos suman y aportan. Que no quieren acabar con los ricos sino terminar con los pobres. Desgraciadamente hoy hemos excluido un sentido trascendente de la vida y hemos endiosado al ser humano. No tenemos un proyecto compartido como sociedad. Ante ello, los chamanes han vuelto, y su influencia irá en aumento tanto por la ausencia de líderes pragmáticos, como porque aquellos supuestos salvapatrias se crecen siempre en las crisis como su mejor caldo de cultivo, y la que tenemos viene para rato. Estemos alerta, seamos beligerantes con derechos y obligaciones, y no olvidemos lo que la Historia nos enseña.

* Abogado y mediador