El reciente bloqueo de la página de Facebook del grupo Atheist Republic y su restablecimiento tras una frenética campaña en las redes sociales ha dado visibilidad a un colectivo poco conocido: los ateos de origen musulmán, o «exmusulmanes», como prefieren identificarse. En efecto, la comunidad de ateos más importante de los medios sociales, con más de 1,6 millones de seguidores en Facebook, fue fundada por el iraní nacionalizado canadiense Armin Navabi, y el equipo que la gestiona incluye a varios exmusulmanes. Ese y otros bloqueos son el resultado de campañas organizadas por musulmanes integristas para denunciar ciertas páginas de modo que los algoritmos que controlan los medios sociales restrinjan sus contenidos.

En el mundo islámico los ateos resultan poco visibles no solo porque son pocos, sino sobre todo porque prefieren mantener un perfil bajo. La religión es percibida como un elemento central de la identidad individual y grupal, fuente de solidaridad, moralidad y consuelo. Abandonarla públicamente puede conducir al ostracismo en el entorno familiar y social, además de atraer la atención de integristas justicieros, como lo ilustran los numerosos asesinatos de blogueros y activistas en Pakistán y Bangladés en los últimos años. Frecuentemente, los exmusulmanes también deben temer represalias del Estado: varios países musulmanes (Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Sudán…) llegan a castigar la apostasía con la muerte, pero en prácticamente todos los demás existen leyes que penalizan la blasfemia con multas y penas de cárcel.

Las autoridades políticas y religiosas intentan minimizar el problema del ateísmo. En diciembre del 2014 una destacada institución religiosa egipcia, Dar al-Iftá, dio mucho que hablar (y que reír) cuando anunció que en Egipto hay exactamente 866 ateos, y proporcionó cifras igualmente precisas para otros países árabes: 325 ateos en Marruecos, 178 en Arabia Saudí, 56 en Siria… Sin embargo, dos medidas tomadas ese mismo año revelan preocupación por el fenómeno en las más altas esferas. En julio, también en Egipto, el presidente Abdelfatah Al Sisi lanzó una campaña contra la propagación del ateísmo entre los jóvenes, tachándolo de «amenaza a la sociedad». Y al otro lado del Mar Rojo, en Arabia Saudí, un decreto real promulgado en abril del 2014 establecía que el ateísmo es una forma de terrorismo.

Para sus críticos en el mundo islámico, los exmusulmanes son oreos (marrones por fuera, blancos por dentro), o incluso parte de una conspiración «cruzado-sionista» para destruir el islam. Pero tampoco lo tienen fácil en Occidente, donde suelen ser ignorados porque desafían el estereotipo de los árabes (que en el lenguaje popular incluye a turcos, iraníes, afganos, paquistaníes...) como intrínsecamente, casi genéticamente, religiosos.

Partiendo de ahí, la discusión se centra sobre si su religiosidad es compatible con el laicismo de nuestras sociedades o si predispone al terrorismo. De hecho, los exmusulmanes se quejan de la actitud de ciertos sectores de la izquierda occidental, que prefiere aliarse con sus enemigos islamistas, supuestamente más auténticos. Como si quien nace en otra cultura no debería aspirar a derechos fundamentales como la libertad de conciencia y la libertad de expresión, y la curiosidad intelectual solo fuese una virtud en los occidentales.

A pesar de los esfuerzos de unos y otros por ignorarlos, los exmusulmanes se están haciendo oír. Las redes sociales les permiten difundir sus ideas, crear grupos de apoyo y lanzar campañas como #ExMuslimBecause, que se hizo viral después de su lanzamiento en noviembre del 2015. En la última década han surgido organizaciones de exmusulmanes en gran número de países occidentales en los que existen minorías musulmanas (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos…), pero también en varios en lso que son mayoría, como Marruecos, Argelia, Pakistán, Irán y Arabia Saudí.

Y un número de activistas que han elegido vivir en países occidentales por motivos obvios se han convertido en personalidades mediáticas, como el egipcio afincado en Alemania Hamed Abdel-Samad, el palestino refugiado en Francia Waleed al-Husseini, o el canadiense de origen paquistaní Ali A. Rizvi. Algunos incluso se atreven a dar la cara en sus países de origen, como los Black Ducks, cuyo canal de YouTube tiene más de 20.000 subscriptores y atrae millones de visitas. Considerando los riesgos a los que se enfrentan, lo menos que podemos hacer es reconocer su existencia.

* Especialista en asuntos relacionados con el Islam y Oriente Medio. Analista de Agenda Pública.