En 1989 el mundo cambió con el fin de aquella realidad geopolítica dual y antagónica que simbolizó la caída del Muro de Berlín. En España fue también el principio de la apuesta por la igualdad de la mujer a través del derecho penal. En ese año se elaboraron toda una batería de medidas contra la violencia de género con doble intencionalidad: castigar conductas violentas de los varones, pero también educar al machista hacia la igualdad a través de la coerción. Dicha primera legislación era consustancial al desarrollo democrático por mucho que parte de la masa la viera como un ataque al principio de proporcionalidad, por cuanto un delito de lesiones u homicidio siempre iba a estar contemplado; un cambio tan de repente, no era entendible porque el machismo formaba parte de la educación vigente y por ello parecía una contradicción. Sin embargo, a partir de ahí, empezamos a fallar: el Código Penal no educa y muy al contrario hace nacer un sentimiento de pasividad resentida. Los esfuerzos para erradicar el machismo deberían haberse aplicado en los centros educativos de toda escala. Téngase en cuenta que luchar en pro de la igualdad de sexos no es cualquier cosa ya que mientras el mundo político que cayó en 1989 comenzó en 1945, el machismo rige la familia desde el principio de la civilización. La educación siempre y más en estos tipos penales provocados por un modelo educativo machista. Pero vamos por un camino equivocado confiando a la pena privativa de libertad el cambio educativo mientras en la calle seguimos confiando en el masculino: seguimos poniendo el primer apellido del padre, seguimos viendo la homosexualidad masculina como algo natural y la femenina como una bicha rara, seguimos viendo al chico que liga un montón como un líder y a la que se lía con muchos como una cualquiera, seguimos educando a las niñas para servir al marido, seguimos dando la custodia de los hijos a la mujer porque consideramos que el hombre no tiene que ordenar un hogar, etcétera. Desde 1989 ha habido nulo avance en la educación por la igualdad (solo hay que observar lo que ocurre en las puertas de cualquier instituto) y, paralelamente, para justificar el escaso heroísmo docente y de los progenitores, pasamos la pelota didáctica a los jueces. ¿No ven que una cosa es consecuencia de la otra? El resultado es que entre mujeres y hombres se está levantando un muro más vergonzoso que el de Berlín y eso va a derivar en que ambos sexos, siendo complementarios y protagonistas de las más bellas historias de amor, empiecen a ser rivales. Y eso es tanto o más peligroso para la civilización que el propio modelo machista.

* Abogado