Esas columnas romanas (reconstruidas) del templo de Capitulares, que han tocado la Luna de todas las épocas, están en la misma línea -Diario de Córdoba y San Fernando abajo- que la muralla de la que se ha desplomado un trozo, ya casi en la Ribera, entre los solares 108 y 126. Pasas por las escaleras de la Cuesta de Luján y notas que la calle es sólo silencio que interrumpe el motor de algunas motos, que incluso circulan de manera prohibida hacia arriba, desde Maese Luis al Templo Romano. Puedes caminar por el centro de la vía, pisar su alquitrán y sentir el silencio de la noche de la Edad Media, cuando el orden dormía o se emborrachaba en los mesones. Una pancarta cuelga, ahora casi sin sentido, de una ventana: «Derecho al descanso dentro de la ciudad», por la ermita de la Aurora, que también se derrumbó en febrero de 1960 y permaneció en el abandono oficial hasta diciembre de 1998. Esta soledad y oscuridad de primera noche hubiera asustado en otros tiempos, cuando el ambiente estaba dentro de las habitaciones pagadas y cerraron al tránsito el pasaje de Junio Galión, hermano de Séneca, enfrente de San Francisco, inaugurado en 1965 y recuperado en 2007. Llegamos al Portillo, que luce una pancarta que dice «restauración y conservación del Arco del Portillo de la Muralla de la Villa», lugar descrito por Azorín. Más abajo la muralla nos enseña otra más de sus riquezas, el palacio de los marqueses del Carpio, que tiene aspecto de fortaleza porque los dueños se hicieron con uno de los torreones del baluarte que separaba la Medina de la Axerquía, aunque lo bonito de este edificio es su portada de la calle Cabezas, al lado de la Casa Góngora, por donde se asomaban las damas de la Edad Media cuando algún gentilhombre les cantaba con su laúd. La muralla derruida está ahí, junto al primer bar de jóvenes de la Ribera que, aunque van a lo suyo, en alguno de sus veladores piensan si estos escombros de la historia no han sido un aviso para esta Córdoba de superturismo. Al menos jóvenes artistas parecen que se han dado cuenta y han pintado al final de la muralla -que comenzó en el Templo y termina en la Ribera- a Séneca, que hace propaganda del Festival de la Guitarra.