En el segundo debate se dedicó un minuto a hablar de la cultura. Un minuto. Y fue mucho, y además sorprendió. Y además algunos nos dijimos: qué acierto de los moderadores, qué visión, han sacado la cultura y la han puesto en la mesa de la necesidad. Porque tenemos absolutamente asimilado que en los discursos públicos la cultura no existe, aunque luego la gente se rebele excitada si quien parece que no puede o que no debe cita a alguien, como Antonio Machado o como Lorca, que al parecer son patrimonio solo de la izquierda, como la bandera lo es, también, solo de la derecha. Es curioso: a nadie le preocupa que en ningún telediario se hable nunca de un libro, de ningún libro, ni treinta segundos, nada; pero cuando se trata de coger a un autor como Antonio Machado o como Lorca para arrojarlo a la cara de un contrario, entonces todos nos convertimos en una autoridad sobre el tema y acabamos hablando de los Reyes Católicos. O sobre Pemán, como si fuese una cuestión capital para la dignidad pública que su nombre desapareciera del callejero de Córdoba. Aunque eso sí: sin leer a Pemán, y a lo mejor tampoco a García Lorca, porque una cosa es coger a un autor por el nombre y otra muy distinta comprender la complejidad de su vida y de su obra. Nos pasa también con la política internacional, la verdadera ausente de los dos debates. Es desalentador que entre tanta España, España, y Cataluña, y Torra, y datos, y contrastes, y la enumeración de falsedades o de errores de los candidatos, y cuál era el más guapo, el más agudo, el más veloz, el más faltón, nadie se haya acordado de nuestra política de vecindad --tan relacionada con la inmigración--, o de nuestra visión de Europa en un escenario tan cambiante y poliédrico, o de Rusia, o del terrorismo islámico, o de Estados Unidos, o de la crisis de representatividad de las democracias occidentales y los partidos políticos. Nada. Se habló más de cultura: un minuto. Para nuestros candidatos, no existe el mundo.

* Escritor