La situación del mundo rural en España ha sido tema recurrente en las últimas semanas tanto en las páginas de los periódicos como en presentaciones de nuevos libros y hasta en el ámbito de las artes plásticas. El tema no me es ajeno ya que vivo en un municipio que cuenta con 24 aldeas y que hace menos de un siglo, tenía más del 35 por ciento de su población en aldeas sin ayuntamiento propio y en diseminados sin núcleo urbano.

Por otra parte mi deporte favorito es el senderismo, porque me permite hacer ejercicio físico, pero sobre todo porque me permite recorrer bellísimos paisajes en el laberinto geográfico de las sierras de la Subbética cordobesa. En cualquiera de las rutas posibles podremos encontrar edificios ya en ruinas (cortijos, casas de campo, corrales y cabrerizas) que siempre me sugieren épocas pasadas en las que allí vivieron, amaron, trabajaron, sufrieron y murieron, hombres y mujeres, ancianos y niños. Les aseguro que hay lugares absolutamente idílicos y otros inquietantes, incluso misteriosos en los que de pronto aparece, colgado de una pared derruida que ya no está protegida por un techo, la fotografía perfectamente enmarcada, aunque polvorienta, de una pareja de recién casados que allí quedó abandonada, dos o tres generaciones después, por los últimos habitantes de la casa. Desolación, nostalgia, tristeza...

Magnífico el libro reciente de Paco Cerdá, Los últimos. Voces de la Laponia española, porque nos señala una herida ya seguramente incurable. Pero hace muchos años que otros autores como los cordobeses López Andrada y Francisco A. Carrasco, o el leonés Julio Llamazares, han descrito los dramas de ese mundo rural, lleno de poesía, pero falto de medios para la supervivencia digna del ser humano actual.

El problema aparece cuando tenemos que pasar «de las musas al teatro» de la realidad. ¿Soluciones?, ¿líneas de actuación que logren reorientar la tendencia a la desertización de los espacios rurales? Muy pocas. Pero algunas habrá...

En el municipio cordobés en el que vivo, una de las aldeas que lo conforman, apoyándose en motivos históricos, sociales y económicos, logró convertirse en ELA (Entidad Local Autónoma) sin romper totalmente los lazos con el Ayuntamiento matriz. A partir de aquel momento los recursos económicos de los gobernantes de la ELA al menos se triplicaron; las inversiones en infraestructuras y servicios (a través de fondos del Profea, Diputación Provincial y transferencias del Ayuntamiento), debieron multiplicarse por diez. Las aldeas cercanas siguen dependiendo en exclusiva de los escasos presupuestos del Ayuntamiento del que dependen para todo; la discriminación de los residentes en la ELA respecto a los residentes en las otras aldeas es tan evidente, que no se comprende cómo estos últimos no se han sublevado.

Y no se trata ya solo de las inversiones públicas. Incluso en el mundo del arte han surgido ideas a tener muy en cuenta. En la publicación titulada La Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí en ARCOmadrid, recientemente publicada, aparece este párrafo que firma Javier Flores: «El artista, al igual que gran parte de su paisanos, ha dejado en una suerte de éxodo su tierra natal, el solar de sus ancestros, para dirigirse a la ciudad donde se ha formado e intentado desarrollar su trabajo. Pero de un tiempo a esta parte, el sentido de este vector parece haberse invertido (...), provocando que no pocos artistas encuentren en el mundo rural no una arcadia deseable (...), sino una fuente de inspiración e incluso de conflictos, pero también de libertad creativa. Lo rural no debiera ser sinónimo de costumbrismo y tradición, no puede percibirse como un espacio vacío a la modernidad, sino como un lugar lleno de oportunidades que conciba la cultura como motor de desarrollo». Periféricos fue un proyecto pionero que tiene sus raíces en el mundo rural y que cada año demuestra sus inmensas posibilidades.

En el mes de abril, una aldea de la Subbética va a tener su propia guía turística, aunque sabemos muy bien que tampoco el turismo es la solución. En estas tierras del sur de Córdoba, el mito de La Nava, que tan bien describe Francisco A. Carrasco en uno de sus mejores relatos, ya no está lleno de vida, pero tampoco está muerto del todo... En mi opinión, en el sur de la provincia de Córdoba, estamos todavía a tiempo.

* Vicepresidente del Patronato Adolfo Lozano Sidro