Mi hija tenía 12 años y ya estaba a punto de pasarme en altura. En aquel momento empezaba a salir por las tardes con su pandilla del instituto y me propuso que le comprara unas medias de cristal para su minifalda estampada de volantes.

Yo me la imaginé vestida como si tuviera 16 años y lo primero que pensé es si tenía recursos para confrontar el acoso de lo que, para entendernos, llamamos moscardones, esos que en algún momento hemos sufrido todas. Y me respondí que «no».

Fue la primera vez, que yo recuerde, que me enfrentaba como madre de una niña a las perversiones del sistema patriarcal. Fue el primer día que me ponía en la tesitura de proteger a mi hija de la manera que se me ocurrió en ese momento. Sinceramente aún dudo de si fue o no la mejor.

Hablé con ella con una mezcla a partes iguales de responsabilidad e indignación, porque me sentí en la necesidad de explicarle que esas medias suponían salir a la calle con una apariencia cuyas consecuencias aún no estaba preparada para manejar. Por supuesto, también le conté de la desgracia de tener que protegernos de los desalmados por partida doble, de esos que atentan contra cualquiera y de los que lo hacen contra nosotras por razones exclusivamente de sexo y género.

Es solo una anécdota, pero describe la certeza de que metemos en la cabeza de nuestras pequeñas ruidos para que se cuiden de injusticias que no tienen razón alguna de ser, pero que son, vaya si son.

Es una verdadera Locura (con mayúsculas) que tengamos que temer por nuestras hijas por el hecho de ser niñas, jóvenes o adultas. ¿Qué mundo heredan ellas si tenemos la necesidad de situarlas en desigualdades parecidas a las que nosotras hemos tenido que padecer? Estos días he releído las barbaridades que se dijeron alrededor de la desaparición de Diana Quer. Sobre su forma de vestir o si era muy tarde para que estuviera en la calle con la edad que tenía. Toda esa sarta de idioteces son un terrible indicativo de la falta de libertad con la que se pueden mover nuestras hijas, deja claro que este es un mundo con un doble rasero dependiendo de si eres hombre o mujer.

Esa falta de libertad te obliga a estar en constante alerta, que se multiplica si vas sola y aumenta exponencialmente si es a altas horas de la noche. Sentimos la necesidad, para protegernos, de mirar constantemente por el rabillo del ojo y de cambiarnos de acera si vemos que por la nuestra viene un elemento, y más si son unos elementos en plural, de género masculino.

Vivimos en un mundo de locos que normaliza conductas aberrantes y que responsabiliza a las víctimas disculpando a los verdugos. Hasta tal punto, que nos ponen en la tesitura vergonzosa de alertar a nuestras hijas de que esas «reglas» van a condicionar sus vidas y, por supuesto, muchas de nosotras (y algunos de vosotros) las preparamos para que se rebelen y no pasen de puntillas por tanta injusticia.

Porque para las mujeres sigue siendo un acto de valentía salir vestidas como nos da la gana, llegar a la hora que nos parezca bien a casa y caminar solas por la calle si nos place a la hora que queramos. Y a quien piense que exagero solo decirle que a los hechos me remito, la desaparición y el asesinato de Diana Quer es un caso más que así lo demuestra.

* Miembro del Área de la Mujer de Izquierda Unida y concejal del Ayuntamiento de Córdoba