Con la democracia, la mayoría de los españoles habían obligado en las urnas al fascismo a una travesía por el desierto, de donde procede su primitivismo bárbaro y feudal, y se creían a salvo. Pero estaban equivocados: el neoliberalismo lo alimenta en su seno y aquí llevamos tragando neoliberalismo desde hace años, así es que todo ha sido un espejismo, un engaño de trileros. ¿Dónde está la bolita? O sea, ¿dónde estaban los fascistas? Había que ver solo la cara de satisfacción de PP y Cs al conocer el resultado de las elecciones en Andalucía, como padres que reciben la noticia del feliz parto, para comprender que no le daba escrúpulos el recién nacido Vox. Es feo, sí, pero es su hijo. El resurgir de las ideas neofascistas se ha producido en varios países europeo y nosotros ya tenemos nuestra parte alícuota del fascismo que nos corresponde por PIB dentro de la UE. O, como dice Felipe González, «España deja de ser una anomalía». Lo más irónico es que en España esta involución se produce precisamente cuando el Gobierno de Pedro Sánchez trata de recuperar parte del Estado del bienestar birlado por las políticas austericidas de la derecha. ¿O es que quizás la derecha saca su más afilada lanza, precisamente, para evitarlo? Porque en palabras de Inmanuel Wallerstein, más allá de la casuística española, «vivimos en un periodo de transición del caos a un nuevo orden y que los que están en el poder buscarán que la transición conduzca a la construcción de un sistema nuevo que repita las peores características del existente: su jerarquía, sus privilegios y sus desigualdades».

Y, lo mismo que para imponer el neoliberalismo se necesitó una estrategia de alianzas capitalistas, para hacer posible este sistema nuevo que se vislumbra se necesitará el fascismo. Y en España tenemos para dar y regalar condiciones idóneas: problema territorial de primer grado, franquismo sociológico por castigo, inmigración por proximidad, abstención por desengaño, paro a espuertas, corrupción a mansalva y, de propina, la momia de Franco. Aunque bastaría con el procés, que, si no existiera, tendrían que inventárselo, para que exista Rivera y Casado y Abascal y se hicieran la foto de su esencia común.

Bien. ¿Y ahora qué? Pues ahora en Andalucía hay que negociar. PP y Vox lo tienen claro, que uno se ha echado al monte y el otro es ultramontano. La incógnita era Ciudadanos, pero la últimas declaraciones es que PP y Cs llegarán a un pacto y «que se sume quien quiera». Es una forma de hablar que mueve a risa porque la muleta de Vox está asegurada y lo que queda por saber es si Cs seguirá siendo la muleta del PP o viceversa. En todo caso, habrá gobierno de coalición, ese que debieron formar en su día PSOE-Podemos para apuntalar la democracia con políticas sociales de izquierdas.

* Comentarista político