Dos de los grandes pilares del feminismo contemporáneo, Betty Friedan y Simone de Beauvoir, no coincidían prácticamente en nada. Mientras la primera defendía que las mujeres deberían acceder a mejores trabajos y salarios para competir en igualdad y cambiar la sociedad, la segunda rechazaba esta premisa porque con mejores trabajos las mujeres se convertirían en parte de la élite que ella rechazaba. Las mujeres deberían tener la opción de quedarse en casa para criar a sus hijos, si eso es lo que quieren, decía Friedan. No, no, sentenciaba Beauvoir, las mujeres no pueden marchitar su vida criando hijos. Ambas discrepaban, pero lo hacían desde un concepto único: los hijos eran asunto exclusivo de las madres. Cincuenta años después, algunas proclamas del manifiesto feminista de este 8 de Marzo son de un simplismo lacrimógeno, porque se limitan al diagnóstico, muy acertado, pero no afrontan la raíz del problema, que no es otro que la exclusión y la brecha salarial derivada de la maternidad. Hasta el primer hijo los salarios entre hombres y mujeres son iguales, a partir del primero los ingresos de la madre se desploman un 20% y ya no vuelven a recuperarse, según un exhaustivo estudio realizado en Dinamarca. Los partidos políticos españoles reparten permisos parentales como si fuera una rifa, incapaces de alcanzar un pacto sobre políticas familiares que no dependan de un gobierno más o menos progresista, sino como parte estratégica del Estado de bienestar. Esa debería ser la exigencia principal y no la lucha anticapitalista para acabar con el negocio de los tampones.

* Periodista