No sé si Vox, como los demás populismos, ha llegado para quedarse. Posiblemente sí, como reacción a las revoluciones, pues todo revolucionario genera un reaccionario. Lo que sí sé es que las redes sociales y el big data, el relativismo cognitivo, los movimientos migratorios, el ecologismo y la revolución femenina ya están aquí y están configurando nuestras sociedades, como los ha configurado la globalización. Son los tiempos que vivimos.

Hace siglos que tenía que haberse acabado la desigualdad de la mujer. Porque es algo evidente, un hecho objetivo, que las mujeres, por el simple hecho de serlo, de ser morfológicamente diferentes a los hombres, han tenido y tienen, en todas las sociedades, menos derechos efectivos que los hombres. Y no me refiero solo en aquellas sociedades en las que se les reconocen menos derechos (como las musulmanas), sino también a aquellas, como la española, en las que teniendo los mismos derechos formales reconocidos en una Constitución, no pueden ejercerlos de la misma forma que los hombres.

Llevan razón, pues, las feministas en la raíz de sus protestas: siendo iguales socialmente hombres y mujeres en lo abstracto, no lo somos en lo real. Porque son las mujeres las que han de «tener cuidado» de no pasear por determinados sitios o en determinadas horas; son las mujeres las que son objeto de la mayoría de la pornografía y de las violaciones; son las mujeres las que sufren más la prostitución y la «trata de blancas»; son las mujeres las que sufren la mayor parte de la violencia en el hogar; son las mujeres las que han tenido históricamente menos oportunidades escolares; son las mujeres las que sufren una mayor tasa de paro y unas peores condiciones laborales; son las mujeres las que sacrifican sus carreras profesionales por crear y mantener una familia; son las mujeres las que no participan activamente en la vida pública porque tienen otras obligaciones; son las mujeres, mayoritariamente, las que cuidan a los niños, a los mayores.

En España, son mujeres más de 23,7 millones de personas de las casi 46,6 que somos residentes. Es decir, el 50,6% de la población. Lo que implica que en España viven hoy 873.000 mujeres más que hombres. Y, sin embargo, no tenemos una sociedad pensada para incluirlas eficazmente, para que puedan ejercer sus derechos, para que puedan vivir plenamente su ciudadanía. Porque tenemos una sociedad basada en unos principios culturales e ideológicos que no son igualitarios. Proclamamos la igualdad y establecemos el principio en las leyes, pero esto solo es efectivo si cambia al mismo tiempo la cultura que sostiene esa arquitectura legal. No sólo es que falten leyes (de horarios, de conciliación, de igualdad en los permisos, etc.), es que, además, faltan políticas y recursos que hagan efectivas las que tenemos (de dependencia, de violencia de género, de educación infantil, etc.). Pero, sobre todo, falta educación en igualdad. Educación en casa, en la sociedad, en la escuela. Porque la cultura social evoluciona realmente con las ideas y se interioriza en eso que llamamos educación.

La desigualdad radical de las mujeres en nuestras sociedades es una de las más evidentes, y al mismo tiempo silenciadas y extendidas, injusticias. Una injusticia que nos atañe a todos, a las mujeres y a los hombres. Una injusticia que no puede ser solo una preocupación del movimiento feminista, ni siquiera sólo de las mujeres, sino de toda la ciudadanía, de todas las instituciones.

Harían bien los partidos de todo el espectro, ahora que ya estamos en ciclo electoral, en pensar en propuestas que actualicen en femenino las leyes y las políticas, como harían también bien las instituciones (empresas, instituciones sociales, la Iglesia, etc.) en empezar a pensar en cómo integrar este movimiento, porque la revolución de las mujeres está en marcha, aunque algunos no lo quieran ver, otros no lo sepan, otros la quieran manipular y algunos se opongan. Es imparable y está recién iniciada. Y será tanto más eficaz cuanto menos erre tenga.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía