Anoche cuando me acosté me fui a la cama con una de las obras que no conocía de mi admirado Willian Golding, el inglés Premio Nobel de Literatura en 1983. Se titula Cuerpo a cuerpo («Close Quarters») y aunque no es tan famosa como El señor de las moscas creo que merece la pena leerla. Una frase se me quedó en la cabeza y me hizo pensar al apagar la luz. Fue esta:

«Las mujeres están locas si pretenden ser iguales a los hombres, siendo, como son y han sido siempre, bastante superiores... Cualquier cosa que des a una mujer ella lo hará mejor. Si le das esperma, te dará un hijo. Si le das una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. Si le das una sonrisa, te dará el corazón, si le das una idea te devolverán un poema... ¡Las mujeres engrandecen y multiplican cualquier cosa que les des, siempre mejor que los hombres!».

Confieso que estas palabras me llevaron a pensar, entre sueños, en las mujeres que he conocido en mi vida. Desde mi madre, mis hermanas, mis primas y mis tías a mis «jefas» (que también las tuve), pasando por mis amigas, mis novias, mis compañeras, mis profesoras (nunca podré olvidar a mi «Doña Juana», la que me transmitió la pasión de lectura, ni a mi «Doña Carmen», la que me abrió las puertas de la Historia), mis subalternas, mis secretarias, mis mujeres, mis escritoras preferidas y hasta mis «amores prohibidos»... Y ya cuando los rayos de luz mañanera entraban por la ventana me di cuenta que es una idiotez hablar de «mujeres», (en plural), porque mi conclusión fue tajante: no hay una mujer igual (como no hay un hombre igual) y todas son diferentes. Aunque también pensé que en mi caso todas habían sido más listas y más inteligentes que yo... al menos en mi recuerdo.

Pero ¿son mejores y superiores a los hombres como apunta el Nobel inglés? Ni superiores ni inferiores, ni mejores ni peores. Al menos eso lo tengo claro: hay mujeres mejores y superiores a los hombres y hay hombres mejores y superiores a las mujeres, por tanto es una tontería comparar o elegir...

Y decir esto no es ser «feminista» ni «antifeminista». Es un hecho y los «hechos» son sagrados. Dentro de las propias mujeres hay diferencias, a veces grandes diferencias. Por ejemplo, no fueron iguales Isabel I, la Católica, que Isabel II, la de «los tristes destinos». Ni pueden compararse Cleopatra con Hillary Clinton, ni Santa Teresa con Gloria Fuertes, o la escritora Pearl S. Buch con Almudena Grandes, ni la actriz Ava Gadner con Penélope Cruz o Katherine Hepburm con Loles León.

En lo que no estoy de acuerdo en absoluto es en eso de «las cuotas» tan de moda en estos tiempos. ¿Por qué ha de haber las mismas mujeres que hombres en un gobierno, o en las reales academias, o en los consejos de administración, o en el Profesorado, o... o... o..., donde usted quiera? Eso, y lo siento, me parece una tontería. A los puestos, cualquier puesto, en cualquier empresa, cualquier profesión, cualquier hospital... tienen que llegar los mejores, sean mujeres o sean hombres y sean blancos, negros o amarillos.

Así que intentar defenderlas o atacarlas en grupo es un disparate.

... Y lo mismo sucede con el racismo. En alguna ocasión me han preguntado si yo era racista y mi respuesta siempre ha sido la misma: ¡eso depende! Un negro analfabeto, sucio, malhablado, vago, violento, falso o chaquetero no puede ser mi amigo... como tampoco lo puede ser un blanco analfabeto, sucio, malhablado, vago, violento, falso o chaquetero. Un negro culto, limpio, educado, trabajador, pacífico, inteligente, serio o consecuente y sincero puede ser mi amigo y de hecho algunos lo han sido. Lo mismo, exactamente lo mismo, que un blanco. Lo que quiere decir que mi racismo no es por el color de la piel sino por la cultura. Quizás porque creo que lo que hace al hombre diferente (y, por supuesto, a la mujer) es la Cultura (y cultura no es solo saber leer y escribir).

Y quizás por eso soy partidario y defensor a ultranza de que la Iglesia Católica acabe ya de una vez por todas con el celibato y permita que la mujer pueda ser sacerdote, obispo, cardenal o incluso Papa y por ello creo y defiendo que España no se verá realizada hasta que no llegue a la Moncloa una mujer. Estoy seguro, por ejemplo, que Inés Arrimadas sería mejor presidenta que el «plurinacional» presidente Sánchez Castejón, o incluso que el señor Rivera, su actual Jefe.

No, las mujeres no están locas...

(Aunque algunas o muchas lo estén, como algunos o muchos hombres también lo están).

* Periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba