Próximo el Día de la mujer trabajadora, me salta a la memoria una historia que me emocionó y no he olvidado. Hace años conocí a una buena mujer que, cada madrugada, camino del trabajo, se detenía a desayunar en mi cafetería habitual en aquel tiempo. De vez en cuando la invitaba a café y compartíamos un rato de charla. Me contaba que tenía tres hijos pero que los tres estaban lejos, y que ella todas las noche, por muy cansada que llegara del trabajo, antes de irse a la cama, se acostaba un rato en cada una de las tres camas de sus hijos con el fin de calentarlas y por la mañana encontrarlas deshechas, haciéndose así la idea de que dormían allí. Les cambiaba las sábanas, las volvía a hacer, etcétera. La verdad es que más amor y ternura, imposible. Hoy, aquella mujer ya no existe. El maldito alzhéimer la ha dejado perdida en un túnel de oscuridades y olvidos. Alguien ajeno a esta historia, me comentaba: le ha dado por hacer y deshacer camas. Y hoy, al recordarla, otras muchas mujeres, otras muchas historias he conocido a lo largo de ya tantos años... La ternura es la columna central que sostiene la vida --dice el literato Martínez Gil--, y yo digo que en el escenario de los días, en el hogar, en el trabajo, en los hospitales, etcétera. La mujer derrocha, cuando llega la ocasión este sentimiento que engrandece, que es la demostración más sublime del afecto, y es una fuerza prodigiosa capaz de transformar los más duros ambientes, y es un sentimiento que abarca como un fluir constante de comprensión, proximidad y amor hacia todos los seres humanos. El cantante belga Jacques Brel lo expresaba en sus canciones: «Somos como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura».

* Maestra y escritora