Las mujeres han contribuido desde la prehistoria al aumento del conocimiento sobre el mundo que nos rodea, y han sido tomando parte también en su transformación tal vez en función de nuestros intereses como especie. Todo eso, a través de tradiciones y tecnologías milenarias, y también por medio del desarrollo de la ciencia.

Las mujeres contribuyeron al sostenimiento de la familia y la tribu, ya como recolectoras, junto al hombre cazador. También contribuyeron al desarrollo de las tecnologías del barro, la cerámica y los esmaltes. Fueron curanderas y parteras. Y, con el avance del conocimiento, hicieron notables contribuciones, especialmente en el ámbito de la alquimia; de hecho, los primeros alquimistas se referían a esta actividad como opus mulierum (obra de mujeres), como recuerda Carmen Margallón en su monografía sobre mujeres en la química. La más relevante de la Antigüedad es María la Judía quien, aparte de la técnica de cocción que lleva su nombre, inventó varios instrumentos de laboratorio y se le relaciona con importantes teorías y procedimientos de la alquimia y el posterior desarrollo de la química.

A lo largo de la historia, sobre todo en lugares y momentos de expansión de los valores culturales y de la tolerancia, las mujeres han contribuido de forma abierta a la ciencia. En España en particular, uno de esos momentos coincide con la denominada Edad de Plata, ya en el siglo XX hasta la Guerra Civil. Aquí, las mujeres contribuyeron al renacer de la ciencia que había decaído tras su apogeo en la Era de los Descubrimientos. Esas científicas pioneras, Dorotea Barnés, Jenara Arnal o Pilar Madariaga, que compartieron interés y méritos con hombres como Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, abrieron el camino a miles de investigadoras que, con especial intensidad después de la Transición Democrática, hoy en día trabajan por el avance del conocimiento científico en igualdad con los hombres.

Cierto es que hay áreas, como algunas ingenierías o la física, donde la presencia de mujeres es, ya desde los estudios universitarios, sensiblemente inferior a la de hombres. También es cierto que, al subir en la categoría profesional y nivel de responsabilidad en la actividad investigadora, la representación de la mujer es inferior. Pero ello no ha impedido que contemos con nombres de la talla de los que se mencionan a continuación: Margarita Salas, pionera en la biología molecular; María Blasco, directora del CNIO; Rosa Menéndez, presidenta del CSIC; Gabriela Morreale, autora de la prueba del talón; Marta Macho, matemática; Paloma Domingo, astrofísica, directora de la FECYT; Alicia Calderón, colaboradora del equipo que detectó el bosón de Higgs; Elena García, ingeniera y creadora del primer exoesqueleto para niños.

En mi opinión, según mi experiencia personal y la visión de otros muchos colegas de ambos géneros, las mayores dificultades con la que se encuentra la mujer en su carrera científica derivan de los compromisos de pareja y especialmente de la maternidad. Esto suele transformarse en situaciones de estrés y chantaje emocional que hace que sea finalmente la mujer quien cede y pospone, ralentiza o abandona su progreso personal y profesional en beneficio de la familia y los hijos. Hoy en día, las leyes igualan en derechos a hombres y mujeres. Merecería la pena ahondar en el origen de esta persistente desigualdad de hecho, en la influencia de factores psicológicos y socioculturales. Aparte de por una cuestión de justicia y dignidad, merece la pena porque estamos perdiendo recursos humanos, al fin y al cabo, del mismo modo que cuando se pierde una mente privilegiada por malas prácticas educativas o por falta de recursos en las familias.

La contribución de los cerebros masculino y femenino nos acerca a una visión diferente, y tal vez más fiel y mejor, de este mundo. No olvidemos que disponer de un mejor modelo del mundo es el objetivo más importante de la ciencia. Nuestro futuro como especie va en ello.

* Profesor de la Universidad de Córdoba