Acabo de recibir un precioso anticipo de Reyes, la última edición en español de la novela Mujercitas, que no ha parado de despertar la atención de ininterrumpidas hornadas de lectores -unas veces con sonrisa condescendiente, otras con auténtica devoción- desde que la norteamericana Louisa May Alcott la escribiera en 1868. El libro, en bonita portada de pasta dura color violeta -guiño inequívoco al feminismo- y enriquecido con ilustraciones de encanto victoriano con toques de modernidad, ha sido publicado por Editorial Alma con fino olfato comercial, además de muy buen gusto, porque es sin duda un recomendable obsequio para estas fiestas.

La publicación viene a rescatar un texto clásico entre los clásicos navideños, aunque la moralina azucarada que se desprendía de las cuatro hermanas March y sus ilusiones resultó ocultar un manual de instrucciones para mujeres libres. Su reaparición ha coincidido, no creo que por casualidad, con el archipublicitado estreno de la cuarta versión cinematográfica de una obra nacida para romper moldes sin que lo pareciera. Las cuatro jóvenes -sobre todo Jo, la aspirante a escritora y alter ego de Alcott-, como su madre, que las quería bien educadas y fuertes, e incluso la insoportable tía ricachona y borde, pero a fin de cuentas generosa, son mujeres enteras que llegan a donde se proponen sin equivocarse en los pasos del vals. De ahí que la novela gustara a todos los públicos desde su creación hasta hoy mismo, pues la autora, que fue un verso suelto en la sociedad mojigata en que le tocó vivir, logró sembrar rebelión ajustándose rigurosamente a las convenciones literarias de su época, y desde entonces cada cual ve lo que quiere ver en la obra. Partidaria del movimiento abolicionista y el sufragismo, Louisa May Alcott fue una mujer independiente que predicó con el ejemplo: se concedió el capricho que no pudo darle a su Jo por imposición editorial, el de permanecer soltera rompiendo el canon imperante de ángel del hogar, ese que obligatoriamente tenía que aplicar a sus personajes con un happy end que pasaba por el matrimonio.

El atractivo del relato -el superficial y el que se lee entre líneas- ha hecho que Hollywood se fije en él en repetidas ocasiones, en 1933, en 1949, en 1994 y ahora. Siempre con grandes directores y actrices encumbradas, pero cada versión incorporó sutilmente el latido sociológico del momento. La actual, como no podía ser de otra forma, es feminista de principio a fin, si bien la directora, Greta Gerwig, confunde en algunas escenas feminismo con agresividad mientras, buscando ser original, vuelve locos a los espectadores nuevos con un montaje endiablado y a los de siempre nos hace añorar adaptaciones menos nerviosas. Será el signo de estos tiempos. Mujercitas, ayer y siempre.