Hoy
Mujer de mujeres
José Manuel Ballesteros Pastor
18/04/2019
Te veo en el autobús, mirando al vacío y tu melancolía. Tiempo de cansancio. Eres una más y tantas más. ¿Qué penetró en tu interior y te ha vuelto silencio? Tu pelo se olvida de ser joven. Poseías tu mirada, pero eres tantos rostros que pasan y se van. ¿Dónde quedan cada noche en la ciudad tantos ojos tuyos tras tantas ventanillas? Son casi las cuatro de la tarde. Tendrías que haber salido del trabajo a las tres, pero el reloj solo valora los minutos de otra gente. Entraste a las siete de la mañana. Ha sido una jornada más. Hasta la rutina es otra forma de la nada. Te levantaste a las cinco, dejar preparada la comida, arreglarte, desayunar, esperar con tiempo el autobús para llegar con tiempo a ese trabajo que no te significa. Apenas duermes ya. Tu marido también tiene su insomnio y su silencio; quizás hoy regrese al piso con que ya tiene trabajo; seguramente, no; pero la esperanza es el aire de los que ni siquiera sois tenidos como pobres; los hay que poseen más miseria, pero tú formas el montón de rostros apagados que dan las estadísticas. Es otra campaña electoral. Ahora, en todas partes, te encuentras esos ojos, retocados, sonrientes, familiares, que te ven para otra fiesta de su democracia. Les devuelves la mirada, y ellos te siguen sonriendo, inmutables, perfectos, despejados. ¡Quién diría que solo son papel! Tú sí que no eres papel. Cae la lluvia sobre ellos; no importa, no se mojan. Sopla el viento sobre ellos; no importa, no se enfrían. Pasas y te siguen mirando, hablando, sonriendo. ¿De dónde han salido tan cercanos si durante años no estaban en las calles? Un recibo, otro recibo, el banco, la luz, el agua, el teléfono, el dentista, las gafas, el plato y cada día. Y tienes alma, aunque regreses del trabajo sin sentirla, porque solo tú sabes de tus tobillos hinchados tras ocho horas en pie, de tu sonrisa agotada tras ocho horas obligada a sonreír: un cliente, otro cliente; y tus manos, vacías, y a las cuatro de la tarde nada te ha dicho que vas a descansar. Llegas al piso, el marido, los hijos, la comida, el tendedero, la fregona, la compra, la plancha, los zapatos, la noche, el insomnio, las cuentas que no cuadran. ¡Y no enfermes!: ese lujo no te pertenece. Tienes que seguir, un suspiro, una pastilla, tal vez una palabra en una queja. Y tienes que seguir.
* Escritor

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