Cuando despertó, habían vuelto a asesinar a una mujer. Esta vez había sido en Mogán, la tercera en Canarias en lo que va de año, este 2017 tan violento como sus predecesores, tan depredador, tan dinosaurio. Recuerdo el cuento breve -más que breve, un instante- de Augusto Monterroso porque me ha venido a la cabeza cuando he leído la noticia del asesinato de esta mujer de 47 años: que, despertemos cuando despertemos, en la región, el tiempo y la temperatura del espíritu que nos haga abrir los ojos sobre la actualidad, siempre volverá a aparecer esa misma mujer asesinada, ese mismo cuerpo bajo el cielo desde el que llueve barro en nuestros ojos. Cada caso tiene su rareza, y en este son las edades de sus protagonistas: 47, la víctima; 80, el presunto asesino. Un anciano, un viejo; pero con fuerza suficiente, con determinación y agresividad suficiente como para reducir a una mujer a la que casi doblaba en edad, golpeándola hasta matarla. Cuando acudió la Policía Local, la mujer agonizaba. Llegó con vida al Centro de Salud de Arguineguín, y de ahí la llevaron al Hospital Insular; pero la paliza acabó con ella.

No es que el hombre sea un lobo para el hombre: es que el hombre es un lobo para la mujer. No pretendo hacer un relato blanco sobre las relaciones entre mujeres y hombres, porque la maldad está al alcance de cualquiera, como la inteligencia y la belleza, la generosidad y el sexo, todo lo que hace nuestra literatura. Pero que el hombre machaca a la mujer abusando de su fuerza física, de una especie extrema de cavernaria violencia que se sigue justificando de manera indirecta a través de juegos de palabras, de chistes, de machismos directos e indirectos, es algo que se sigue refrendando cada vez que despertamos a una nueva noticia de maltrato, cuando el dinosaurio sigue ahí.

La primera mujer del año asesinada en Canarias -ésta, como hemos dicho, es la tercera-- murió el 31 de marzo, en Telde. Su pareja, de 34, se entregó a la Policía tras confesar que la había estrangulado. Muy poco después llegó el segundo asesinato, el 3 de abril, de una mujer de 44 años: su compañero sentimental, de 44 años, la asesinó presuntamente de un golpe en la cabeza. Fue en La Laguna. Nombres silenciados en las crónicas de sucesos, rostros que nos asaltan como sombras nubladas en un mar agitado de silencio. Cuántas, cuántas mujeres. Este año, el pasado. Todos los años. Ahora nos encontramos con la tercera en las islas, un incendio dormido con su luz de cadáveres.

Hace poco leí en Facebook el argumento más peregrino que he encontrado en contra de que los hombres nos manifestemos contra la violencia de género o terrorismo contra las mujeres, como prefiero llamarlo. La opinión en cuestión reclamaba el silencio masculino para no quitar espacio a las mujeres en la lucha contra la violencia. En resumen, venía a decir que si un hombre lucha por la igualdad, y por la erradicación del horror doméstico contra las mujeres, debe callarse por respeto a esa misma lucha, para no usurpar el lugar de las mujeres que la protagonizan. A esto se podría responder de muchas formas, la mayoría menos obvias de lo que parecen. Pero sólo se me ocurre una respuesta que las capitalice a todas: que cada agresión que se produce contra una mujer, por el hecho de serlo, por parte de un varón, no es únicamente un ataque a las mujeres, sino al orden social que a todos nos integra. Desde un punto de vista ético, hay ataques que excluyen la posibilidad de volver la vista hacia otro lado, como este autor de Facebook reclamaba. Si tienes entrañas y párpados, lengua y voz, no puedes escudarte en que han de ser las mujeres las que luchen contra la agresión que están sufriendo; por esa regla de tres, tampoco las Fuerzas del Orden tendrían que intervenir. No, no creo que ese egoísmo, como un falso altruismo, sea la solución contra los asesinatos.

Leo que el ciclista belga Jan Bakelants, de 31 años, afirmó en una entrevista que «Al Tour de Francia me llevaré un paquete de condones porque nunca se sabe esas chicas del podio por dónde han estado antes». La respuesta de la organización del Tour fue rápida, condenando sus palabras. Ya se ha retractado, pero ahí quedan. Ahora me pregunto: ¿por qué tiene que haber chicas jóvenes y guapas en el podio? ¿No es eso ya una cosificación en sí? Claro que los hombres tenemos capacidad de actuación, por mínima que sea; y claro que somos, también, corresponsables, si no la utilizamos. Espero el día en que todos despertemos sin la muerte en los ojos.

* Escritor