Al igual que otras fechas, la del 8 de marzo se ha convertido en referencia inevitable para los interesados por el avance social en cuestiones de igualdad. El Congreso de los Diputados, que hoy se disuelve, cuenta con 138 diputadas, que representan el 39% de la Cámara. Y para llegar hasta ahí las mujeres han protagonizado una larga lucha: en la Cámara constituida en 1977 solo hubo 21 diputadas. Y si nos remontamos a la II República, cuando las mujeres comenzaron a ejercer el derecho de sufragio, primero pasivo y luego activo, en sus tres legislaturas (1931, 1933 y 1936) solo hubo nueve mujeres. Entre ellas las hay muy conocidas, como Clara Campoamor o Dolores Ibárruri, pero otras lo son menos, y de hecho con frecuencia son ignoradas por el gran público.

Hoy quisiera hacer referencia a una de ellas, Matilde de la Torre Gutiérrez, diputada socialista en las legislaturas de 1933 y 1936. Nació en 1884 y murió en 1946, en el mes de marzo en ambos casos. Falleció en el exilio, que por cierto sufrieron ocho de aquellas nueve mujeres, y quizás sería un buen detalle que este año, cuando se recuerda el 80 aniversario del exilio republicano español, se tuviera un gesto hacia ellas por parte de la Cámara de la cual formaron parte (y por supuesto con los varones diputados exiliados). Matilde de la Torre fue una mujer con una gran cultura, como demostró con su actividad en su localidad natal, Cabezón de la Sal (Santander). Allí fundó la Academia Torre, seguidora de los métodos de la Institución Libre de Enseñanza; hablaba francés e inglés, y tras una breve estancia en Perú (consecuencia de un fracasado matrimonio) fundaría el Orfeón de Voces Cántabras. Inició su militancia política en 1931 al afiliarse al PSOE, de la mano de Fernando de los Ríos. De su etapa como diputada podemos recordar su intervención en marzo de 1934 cuando se debatía un proyecto de ley sobre construcciones navales urgentes en los astilleros de El Ferrol y de Cartagena. Su discurso lo calificaríamos hoy día de pacifista, su alegato se basaba en que España no tenía capacidad para crear una gran marina de guerra, pero que sí merecía la pena dedicar esfuerzos a la formación de una poderosa marina mercante con la vista puesta sobre todo en nuestro comercio exterior con América, y lo argumentaba así: «La marina mercante no trae, como la de guerra, el cortejo de los gastos de personal de marina que existe en España sino que es una vía abierta al comercio, que, además de crear riqueza, enjugaría el paro marino, que es grande». En 1936, además del escaño, ocupó el cargo de directora general de Comercio y Política Arancelaria. Durante la guerra civil, mantuvo su actividad, y sobre aquel periodo bélico en el que las Cortes desarrollaron su labor en una situación tan compleja nos ha dejado un testimonio valioso: Las Cortes republicanas durante la guerra civil (editado en 2015 de la mano de Francisca Vilches-de Frutos).

Autora también de varias novelas, poseía una interesante biblioteca que los falangistas incendiaron al asaltar su casa de su localidad natal. Sufrió el exilio, primero en Francia, y luego en México. Dentro del socialismo se mantuvo en posiciones próximas a Negrín, lo que le valdría su expulsión del partido al mismo tiempo que este, pero con la peculiaridad de que ella había fallecido un mes antes. Luego sería rehabilitada en 2008, junto a otros socialistas, entre ellos el propio Negrín y su amigo Ramón Lamoneda. En la velada necrológica que el Círculo Jaime Vera organizó días después de su muerte intervino, entre otros, Isabel Oyarzábal de Palencia, la primera mujer que desempeñó el cargo de embajadora en nuestro país. Lamoneda le dedicó en El Socialista palabras de elogio: «Ofreció al socialismo español su gran cultura, su pluma brillante, su palabra encendida».

* Historiador