Una amiga médica me llama por teléfono y no veo sus lágrimas pero intuyo que el llanto que escucho es su reacción a un estado emocional. No entiendo sus palabras pero detecto que me quiere transmitir una noticia esencial. Al final, traduzco los susurros y constato un hecho rechazable, injusto, improcedente, despótico, abusivo, tan arbitrario y gratuito como que me anuncie que ha muerto un amigo aplastado por dos camiones en la ronda de Córdoba. Es la tarde del martes 11 de julio. He ido a comprar al Mercadona y he echado los euromillones del martes y viernes. Vuelvo a casa y el ordenador me anuncia que ha habido un accidente en la A-4 en el que ha muerto una persona, de 61 años, empleado de Emproacsa. Mi amiga médica sigue lloriqueando. Me asusta. Pero llega un momento en que no le queda más remedio que pronunciar el nombre propio de quien le hace llorar: «Es Pablitos el que ha muerto». Pablo López Torrico, nacido en Villaralto pero tan global como su mujer, René, de Holanda, su hija Vicky, con un hijo chileno, su sobrino Pablo, el tenor que canta por el mundo, y sus amigos que van desde el Pablo Madueño que se pasó de Villaralto a Francia, quienes desde Cerro Muriano se incrustan en Córdoba, los que en la Emproacsa de los Colegios Provinciales de la Diputación muestran una diversidad que solo conoce el agua, o quienes algún día amanecieron con la posibilidad de la quinta dimensión. Se rompen todos los esquemas. Ya no hay horarios, solo lágrimas. No es posible que a mi amigo Pablitos lo hayan aplastado entre dos camiones porque él andaba en un mundo tan sutil que pensaba solo en la lógica circunvalación sin más problemas que los derivados de su funcionamiento. Pablo ha protagonizado una forma de ser que radica en la pluralidad de quienes han observado, con la luz limpia de Córdoba, el Muriano o Villaralto, que hay otra vida. Una vida que suele encontrarse en lo natural, en ese momento en que la barra de un bar puede convertirse en la quintaesencia de una biografía. La que hemos descubierto en Pablo en esas noches en las que un cubata compartido nos alargaba la vida. Cuando nunca pensé que mi amiga médica me iba a comunicar su muerte. El martes, 11de julio, por la tarde.