Hace poco cuando viajaba en un tren de cercanías cerca de Madrid, vi un AVE con todos los vagones embarrullados de grafitis. Se encontraba estacionado ante los talleres de mantenimiento para someterlos a una operación de limpieza. A los «artistas callejeros» no parece importarles lo que gasta el Ayuntamiento de Madrid en eliminar sus grafitis: 10.780 euros diarios. Sólo en el primer trimestre de 2019 se han realizado 35.706 limpiezas. El Ayuntamiento de Córdoba tendrá su estadística sobre esta expresión callejera que puede ser artística o «rayas sin sentido y ni se entiende lo que dicen», según la opinión de uno de los muchos afectados por esta moda que para mí es muy antigua. La descubrí en los vagones del metro de Nueva York allá por los años 70. Hubo una gran reacción en la citada ciudad declarando ilegal esa manera de expresar sentimientos artísticos. Incluso se prohibió a los jóvenes comprar pintura. Aquella «represión»obligó a los grafiteros americanos a emigrar a Europa y, naturalmente, a España; primero Barcelona en 1980 y también Madrid, así como al resto de las provincias. Antiquísima moda que ya descubrimos durante la adolescencia. En cualquier árbol, grabado con una navaja, un corazón atravesado por una flecha y el nombre de una muchacha. Los grafiteros de ahora utilizan aerosoles con efectos negativos para el medio ambiente. Arturo Pérez Reverte ha situado El francotirador paciente en ese mundo de frases raras. Ellos dicen que escribir en las paredes lo inventó el hombre hace miles de años.