Siempre que he podido he rehuido las muchedumbres, las aglomeraciones. En mi juventud no me fue fácil evitar masivas manifestaciones a favor de Franco, por mandato, o contra Franco, por vocación. Siempre he optado por la manifestación personal, por escrito, con publicidad y bajo firma.

No hace mucho tiempo asistí a un concierto de Dire Straits en la plaza de toros y aunque compré la entrada más cara, me encontré en el ruedo, de pie y en plena situación de sardina en lata. Era posible que un desesperado o una desesperada me masturbara sin que yo pudiera evitarlo, o que un carterista me quitara la cartera. Conjugando el cálculo de probabilidades y una conveniente escala de valores, decidí esforzarme por llevar una mano protectora hasta el bolsillo trasero del pantalón, el de la cartera. Y cuando lo conseguí, allí la mantuve hasta que decidí fingirme enfermo para lograr salir de aquella ratonera. ¡Con lo fácil y cómodamente que yo veía y oía en mi televisor al cantante guitarrista de la cinta amarilla en la frente!

Ya se comprenderá que si siempre tuve a las muchedumbres por peligrosas, desde que el terrorismo yidahista ha mostrado sus preferencias por hacer daño indiscriminadamente a las masas en las vías públicas, con grandes camiones, con otros vehículos u otras maneras, ahora les tengo auténtico pavor.

Por todo lo dicho tengo claro que la próxima Semana Santa solo veré la salida y la entrada de Jesús de la Sentencia, cofradía que fundó mi padre y en la que salen una hija y mis nietos, las que pasen bajo mi balcón --que este año serán menos-- y las que televisen, eligiendo a ratos, en el cansino desfile interminable.

Lo que no haré de ninguna manera es ir a ver las procesiones a la gran ratonera del casco antiguo, donde son seguras las bellas perspectivas, pero nada en absoluto, las integridades físicas de los espectadores, peor que enjaulados, si ocurre algo o simplemente hay una alarma.

Naturalmente el lector hará muy bien en tener mis manifestaciones y temores por infundados, e incluso por enfermizos y en depositar toda su fe en las declaraciones de las autoridades y policías que, cumpliendo con su obligaciones, dicen que está todo atado y bien atado.

Por mi parte creo que el único que ha conseguido atarlo todo bien ha sido el obispo Demetrio, que, aun destrozando una celosía monumental, y llenando de cera y de humos los suelos y los aires de la Mezquita, consigue una manifestación de mando y dominio formidable. Por unas horas la Mezquita será indudablemente Catedral. Hosanna. Claro que en seguida que pase la Semana Santa, la Mezquita volverá a ser Mezquita para gozo de los viajeros y turistas y de las arcas eclesiales.

* Escritor y abogado