La ciudad italiana de Bérgamo tiene un perfil, para que nos entendamos, parecido al de Cádiz o Algeciras, de unos 120.000 habitantes. Por ponerle algún matiz, digamos que está al norte de Italia, y no tiene la bendición de clima que disfrutan los gaditanos. Pero, más o menos, como digo, para que nos entendamos, viene a tener el mismo tamaño. Fue noticia en estos meses por haber recibido el zarpazo del Covid sin piedad ninguna. Oficialmente, ha perdido 670 vecinos. Para que nos entendamos, también, es como si en Córdoba perdiésemos 1.815 vecinos. Cada uno con sus circunstancias personales, con sus historias, con sus familias, con sus nombres y apellidos. Por cierto, también allí se discuten las cifras y hasta su alcalde cree que se debe multiplicar por dos. En cualquier caso, sea cual sea el escenario, da pánico. A mí, mucho.

Su pesadilla comenzó de la forma más tonta, con visitas de pacientes a las urgencias, con cuadros

o tan distintos de los de cada temporada. Las visitas crecían, los diagnósticos dejaban de ser normales. Para cuando se dieron cuenta, ya tenían el bicho bien metido en la ciudad, y no se llegaron a tomar las precauciones necesarias para evitar que saltase de una persona a otra, empezando por el personal sanitario.

Seiscientos y pico fallecidos después, la ciudad tardará en volver a ser la misma. No tienes que explicarle demasiado a su gente los peligros de un rebrote porque, quien más, quien menos, sabe poner cara a ese peligro. No hace falta contarles lo que es no ver a un ser querido durante días, porque esté en una UCI y cruzar los dedos bien fuerte por poder recuperarlo. Intentan reactivar todo lo que funcionaba bien en sus vidas, antes de la visita del coronavirus. También se va permitiendo el acceso a espacios comunes, comercios, hostelería y servicios públicos.

Pero, por muchas ganas que tengan de recuperar sus vidas, en el punto donde las dejaron a primeros de año, lo harán con miedo y con todo el respeto del mundo a que vuelva a repetirse la tragedia. Y con razón. Hay ganas, pero no hay prisa. No podrían perdonarse volver a experimentar lo mismo, y volver a ver nombres conocidos en las esquelas.

Todas las medidas que se están tomando, al menos aquí, en nuestra ciudad, se hacen, no pensando

en el corto plazo. Estoy convencido de que vamos a tener un verano más que tranquilo. Se hacen pensando en lo que venga después porque, ahí, no lo estoy tanto. Usted se irá de vacaciones, como yo. Y tendrá trato, más o menos normal, con gente de otras partes, como yo. Y volverá, cuando toque, a su casa, a su trabajo, como yo. Y usted y yo queremos hacerlo con la tranquilidad de que una ciudad como Bérgamo nos queda tan lejos en el mapa como en su triste experiencia con una pandemia.

Hagámoslo bien. Tardando lo imprescindible, por supuesto, pero con la seguridad de que se puede

uno incorporar a su tarea sin miedo a nada. No se trata de caer en lo obsesivo. No nos cuesta

absolutamente nada tomar ciertas mínimas precauciones. Es cuestión sólo de días o alguna semana,

pero vale la pena.Y, créame, es mucho más molesto usar un respirador que una mascarilla. Que no

se nos olvide nunca la moraleja.

*Tte. Alcalde de RRHH, Salud Laboral, Inclusión y Accesibilidad