Mientras mi paisano Miguel bebe gazpacho y come tortilla en bañador junto a la piscina de su parcela de la urbanización Las Pitas, desde la que se ve Medina Azahara, en Baréin, por el golfo pérsico, un jurado de la Unesco decidirá este fin de semana si le concede al palacio que mandó construir el califa Abderramán III el título de Patrimonio de la Humanidad. Córdoba enterró su esplendor cuando los cordobeses moros, judíos o cristianos, descendientes de los romanos, dejaron de confiar en ellos mismos y se entregaron al inútil empeño de ocultar la belleza y la imaginación. Hasta el punto de llamar Córdoba la Vieja a uno de los restos arquitectónicos de una ciudad que llegó a contar con un millón de habitantes en el siglo X, «siendo la urbe más grande, opulenta y culta de todo el mundo» según crónicas. La memoria de la que fuera capital de la Hispania Ulterior en la República romana, de la provincia Bética en el Imperio y del Califato durante la época musulmana menguó tanto que los cordobeses olvidaron el Monte de la Novia, donde Abderramán III mandó construir Medina Azahara, y se arrodillaron ante el monasterio de san Jerónimo, fundado en el siglo XIV, con materiales de Medina Azahara. Estos días Baréin nos puede señalar y decirnos que Córdoba es una ciudad con una colección de títulos de belleza adquiridos en su historia imposible en otras capitales: el de la Mezquita, donde no se sabe si por las noches los dioses se van al Paraíso o si bajan los alarifes eternos para dejar en perfecto estado de revista el sagrado monumento para el día siguiente; el del casco histórico, por donde todos los días caminan los sueños de media humanidad; y el de los patios, el espacio familiar más íntimo que convierte en globalidad una maceta de geranios. Si aquella ciudad de la puesta de Sol de Córdoba, donde al califa Abderramán III se le ocurrió construir la belleza del atardecer por los siglos de los siglos, se convierte hoy en patrimonio de la humanidad esta capital habrá sumado otro título, el cuarto, a su pasado de ensueño. Muy cercano a la piscina donde por el verano mi paisano Miguel bebe gazpacho y come tortilla en bañador.