Cualquier democracia se asienta sobre lo que los constitucionalistas llaman el pacto pre-constitucional. John Locke lo reflejó en su «Segundo ensayo sobre el Gobierno civil» y consiste en la renuncia de cada uno de los miembros de la ciudadanía a su poder personal (su «fuerza»), el reconocimiento del otro como un igual y, sobre todo, la aceptación del bien supremo de la convivencia pacífica y de la existencia de instituciones y reglas por encima de todos para la conformación de la voluntad política. A partir de estos axiomas se construye la democracia. Por eso, la demonización y descalificación del otro atenta contra la democracia, porque dejamos de considerarnos iguales. Por eso, es un atentado contra la democracia azuzar el miedo, generar desconfianza, porque tendríamos la tentación de la fuerza. El miedo es la primera enfermedad de la democracia. Por eso, haríamos bien en reconocer que los otros, los que opinan diferente a nosotros, no son monstruos, ni demonios, ni malas personas a las que temer, sino personas como usted y como yo, normales, con sus circunstancias personales y biográficas que han determinado sus opiniones e ideología. No, no son monstruos los que votan a Vox, ni a Podemos, ni a ERC, ni a Bildu, ni al PNV, ni al PP, Ciudadanos o PSOE. Son solo millones de personas normales.

Que entre los que votan a Vox hay elementos nostálgicos del franquismo o que muchos tienen posturas reaccionarias en temas de género y de migraciones, incluso negacionistas de cambio climático y un nacionalismo españolista añejo es un hecho. Pero eso no implica que la mayoría sean fascistas. Como tampoco son comunistas del 36 los que votan a Podemos, pues sus posturas anticuadas en temas de empresa, de economía o de libertades civiles (la de opinión, culto o educación, por ejemplo), su democracia asamblearia o su confederalismo no los hace totalitarios. En Vox hay más fake news, desconocimiento del mundo y resistencia al cambio que totalitarismo pinochetista o nazi. Como en Podemos hay más mala economía, idealismo igualitarista y arrogancia moral e intelectual que totalitarismo castrista o estalinista. Ni a uno ni a otro se les combate con insultos y memes, sino con hechos y argumentos.

Tampoco son monstruos los independentistas. Es cierto que en Bildu hay etarras y que son los herederos políticos de ETA, pero no todos sus votantes justifican las acciones de ETA. Como tampoco son unos demonios los de ERC, aunque sus líderes se hayan saltado la legalidad con una sedición. El hecho de que quieran la independencia de sus Comunidades es una opinión legítima, que no se basa en que quieran lo peor para nosotros, sino en que son egoístas y quieren lo mejor para ellos, sin preocuparse por los demás. Tampoco se combate a los independentistas con voces, sino con discurso.

Si no son monstruos los votantes de Vox, ni los de Podemos, Bildu, el PNV o ERC, ni los del PSOE, el PP o Ciudadanos y tampoco lo son los políticos que representan las distintas opciones, ¿a qué viene el miedo y la incomunicación que se palpa en la ciudadanía? ¿a qué viene el frentismo y el guerracivilismo? ¿a qué vienen los discursos catastrofistas? Harían bien los unos en no querer reinventar el pasado y otros en hacer una leal oposición sin deslegitimar a un Gobierno legítimo. Gobiernen los primeros sus cien días con expectación y opónganse los segundos ante los hechos y no ante las expectativas. Sean los unos respetuosos con los antecesores, pues eso los legitima y mucho de lo que se hizo se hizo bien (o, ¿es que no estuvo bien salir de una crisis con no poco sacrificio y pésima comunicación?) y no hagan los otros símiles absurdos (¿quién habrá corrido la tontada de que España se va a convertir en Venezuela?). Y, por favor, bajen todos el tono, reconociendo que España no es la suma de 47 millones de monstruos. Si acaso solo de 47 millones de españoles vociferantes

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía