Me encanta la respuesta que el actor Luis Tosar por fin ha dado - y digo por fin, porque la prensa hablaba ya de silencio tenso al haber acudido a algún programa sin sacar el tema- al «incidente» del vestido de su pareja, la actriz chilena Maria Luisa Mayol, en la pasada Gala de los Goya: «Se ha hablado mucho del desliz del traje de su mujer en los Goya», le preguntan. Y él responde: «Son accidentes que ocurren, pero estoy flipando porque España es muy puritana... Está llena de mojigatos».

No solo coincido con Tosar, sino que además lo realmente sorprendente para mí es que todos esperen la respuesta de «él» en vez de preguntarle a «ella» sobre qué ocurrió, por qué, o lo que sintió (si es que las respuestas a estas preguntas le interesan a alguien), teniendo en cuenta que el traje era de ella, la raja de vértigo también y por supuesto lo que quedó al descubierto.

Pues no, lo que interesa es cómo se siente el «guardián del heno», el «dueño del tesoro» como la voz autorizada para opinar y eso me dice, sin género de duda, que seguimos anclados en gestos tan patriarcales como preguntar al marido qué siente cuando otros ven lo que se considera que es solo suyo.

Touré, Filipescu o Butragueño nos enseñaron sus genitales en acciónes o gestos que, sin querer, los hicieron para siempre famosos -me refiero a sus genitales y puede que, en algún caso, mas que a ellos mismos- y los comentarios entonces fueron sobre el tamaño, o la disposición. Del mundo de la farándula los descuidos del Conde Lequio, de Pipi Estrada, del torero Canales Rivera o de Álvaro Muñoz Escassi son famosos, como famosos han quedado sus genitales y hasta instalados en algún ránking y siempre se habló -y enfatizó- sobre cómo «calzaban» y para dónde, pero nunca, nadie, se planteó ir a preguntarle a sus mujeres qué pensaban o qué sintieron de compartir con el mundo lo que era de ellas ¿Se imaginan? Los atributos de ellos son del mundo y causan envidia y los de ellas son solo del dueño de la cueva.

Pues sí, estoy con Tosar, resaltar de la Gala del otro día esos segundos de descuido es de una moralidad propia de auténticos mojigatos y, además, de cotillas redomados con rancio tufo patriarcal.

Y luego está la otra acepción de «mojigatos», cuando nos referimos a esos que se comportan con falsa humildad o timidez para conseguir algún fin, que es todavía peor, porque nada hay más horrible que fingir lo que no eres, pasar por humilde y esconder debajo un lobo furioso e interesado que, además, actúa con fines predeterminados. ¿Conocen a alguno?

* Abogada