Greta Thunberg se ha convertido en solo un año en la abanderada de la lucha contra la crisis climática. Llegó a Nueva York en un velero tras dos semanas de travesía para asistir a la cumbre contra el calentamiento global, donde acuden desde el lunes representantes de todo el mundo. La activista sueca se ha erigido en altavoz de una causa secundada por jóvenes que se creen imparables, como ellos mismos se definen. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha señalado acertadamente la necesidad de pasar de las palabras a los planes concretos y, refiriéndose a los jefes de Estado, les ha espetado que «hablan mucho y escuchan poco».

Greta ha aparecido con una mochila de mensajes contundentes, con respaldo científico, para no dejar a nadie indiferente. Buena parte de su éxito radicará en que consiga descargar el peso que lleva entre los asistentes. Porque aunque arranque aplausos en un día histórico para esta activista incansable y para los miles de jóvenes que los viernes copan las calles de centenares de ciudades, necesitan del concurso de gobiernos y corporaciones. Por ello, Thunberg ha encabezado un movimiento que alerta de que son los jóvenes y las generaciones venideras los que pagarán los platos rotos tanto de liderazgos negacionistas como los que sin serlo muestran una voluntad política endeble.

En el podio de los que hacen oídos sordos a las previsiones climáticas figura Donald Trump, que contestó hace un año con un sencillo «No me lo creo» cuando valoró un informe elaborado por la propia Casa Blanca sobre el impacto del cambio climático en la economía, el medio ambiente y la salud. Es más, anunció que se descolgaba del Acuerdo de París del 2015, pacto en el que los firmantes se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para combatir el aumento de la temperatura global.

Greta Thunberg no se verá con Trump. Pero en su viaje a Estados Unidos se ha reunido con congresistas para reclamar que «escuchen a la ciencia» y que tomen medidas más allá de alabar el mensaje inspirador que les pueda trasladar una joven de 16 años que va por el mundo tratando de salvar el planeta, como podría sugerir Trump en su habitual tono burlesco.

Greta y su entorno gozan de un potente efecto movilizador entre la gente joven, pero al acudir a Naciones Unidas evidencian que su reivindicación quiere trascender de lo simbólico para tratar de incidir en lo pragmático. Su objetivo es interpelar a líderes para arrancar compromisos que eviten una catástrofe climática con efectos devastadores para la salud, la igualdad, el medio ambiente y el acceso a los recursos.

Alemania, por ejemplo, acaba de anunciar que dotará con 54.000 millones de euros un paquete de medidas contra el cambio climático, a pesar de que ha decepcionado por insuficiente a ecologistas y verdes. El Gobierno español también tiene pendiente aprobar la ley de cambio climático si renueva. La imposibilidad de formar gobierno dejará sus propuestas en el aire como mínimo hasta el 2020. Los cambios medioambientales requieren velocidad, según los expertos, pero la política parece tener sus tempos.

* Periodista. Directora de El Periódico de Cataluña