Las personas tendemos a crear fronteras, a mantenerlas y a cambiarlas. La frontera delimita el perímetro y la naturaleza de un espacio físico o imaginario. La frontera puede ser delgada, infranqueable, permeable, porosa en función de que sus constructores sean mentes segmentadoras o integradoras.

El Tratado de Roma tiende a difuminar paulatinamente las fronteras entre los firmantes de dicho Tratado y, al mismo tiempo, acuerda por unanimidad que los territorios de sus firmantes sean inviolables. La Unión Europea es una unión de Estados previamente establecida y no prevé su aplicación a un territorio escindido de la Unión.

En este contexto algunas formaciones políticas en Cataluña desean olvidar estas reglas de juego, apelando al mito de "dos mundos separados", cuando los españoles estamos indisolublemente unidos y distantes de ese mito. Con frecuencia los líderes políticos olvidan las leyes y los deseos de los ciudadanos con lo que generan confrontaciones innecesarias. Los ciudadanos no somos seres "automaton" que reaccionamos sin esperanza a las presiones que se reciben. Una de estas presiones es la de la creación de una frontera entre quienes viven en Cataluña y quienes vivimos en el resto de los territorios de España. La construcción de esta artificial frontera está generando un profundo conflicto de identidades. Nace un conflicto de roles y un estado generalizado de tensión que se deriva de expectativas incompatibles y de retos, asociados al mito de que Cataluña es un nuevo Estado, lo que está afectando a la salud de las relaciones personales.

Conozco a quienes siendo catalanes residentes en Madrid y que tienen familiares en Cataluña se ven obligados a leer cartas de familiares en catalán, provenientes de aquéllos que sabiendo castellano se expresan en catalán para reforzar su sentimiento de identidad. Esta frontera ha generado una patología relacional cada vez más profunda entre hermanos. Aquellos que viven en Cataluña han creado un muro frente al hermano que vive en Madrid y están intentando que esa barrera no sea franqueable ni permeable. Una frontera sociológica y emocional es siempre muy difícil de traspasar.

La creación de esta nueva frontera entre Cataluña y el resto de España conducirá a conflictos, a reducción de la satisfacción de convivir, a incongruencias entre los españoles y su entorno. La táctica de escribir en catalán al hermano que reside en Madrid es una táctica para levantar una frontera mediante el distanciamiento en la comunicación. Es una conducta segmentaria para reforzar la identidad de quien reside en Cataluña y afianzar la pertenencia a un grupo social diferente.

Durante los últimos treinta años en Cataluña se ha venido activando la identidad de que esa región es una Nación-Estado y esto ha ido conduciendo paradójicamente a la despersonalización de muchos ciudadanos, quienes al despersonalizarse tienden a autoverificarse como tales. Consecuente a ese proceso de despersonalización y de autoverificación se ha producido una cohesión y un compromiso entre gentes tan diferentes como los que votan a Convergencia y Unió, a Ezquerra Republicana o a los comunistas. Estas personas, tan diferentes, aparecen para autoidentificarse como miembros compartidos del grupo de "independentistas". El resultado de tan elevada despersonalización, por vía identitaria, es la adhesión emocional entre ellos hacia el Estado-Nación para de esta forma incrementar los sentimientos de autoestima y autoeficacia. Todos han activado su identidad "independentista" en este nuevo contexto social y político.

El mito del Estado-Nación catalán no se puede abordar desde aquella racionalidad sino a la luz de nuestra Constitución pues las identidades de roles, como la del señor Mas, ofrecen resultados emocionales y conductuales que no son para nosotros comprensibles. La identidad del "independentismo", una vez activada, genera respuestas recíprocas y compartidas de grupos políticos tan diferentes con los anteriormente señalados y se crean estructuras sociales dentro y entre esos grupos para afirmarlo.

El mito de "dos mundos separados" se ha estado gestando bajo la complacencia pasada de las dos grandes formaciones políticas que han gobernado España. Esta actitud de complacencia ha traído fricción, insatisfacción, segmentación, segregaciones internas porque nada hay peor que levantar fronteras para afirmar identidades.

Los catalanes serán infelices cuando tengan un banco emisor y una moneda que se llame "monserrat" sin una última instancia a la que acudir para respaldarla; pero se habrán autoafirmado y autoidentificado.

* Catedrático emérito UCO