Esperemos que estos días en que los Santos prolongarán su desfile, por mor del protocolo anti covid, a lo largo del mes de noviembre , lo hagan brillando el sol (when the sun begins to shine) y no nublándonos el cielo (when the sun refuse to shine), porque de las dos maneras puede cantarse el célebre espiritual, muy propio de esta época tradicionalmente proclive a historias sobre el Más Allá. Aunque, quizá porque no está la cosa para bromas y también porque estamos conmemorando el 150 aniversario del fallecimiento de Bécquer - este año está siendo pródigo en aniversarios literarios- , las clásicas narraciones de ultratumba, propias del tiempo, han preferido en esta ocasión tomar caminos de romántica trascendencia. Como el que marcan las leyendas del escritor sevillano, un tanto olvidadas entre tanto pandemónium gore. De modo que el incombustible Don Juan se ha encontrado una inesperada compañía de misereres, rayos de luna, ojos verdes, Cristos y calaveras, avatares con estatuas de camposantos y, por supuesto, con la de las notas del órgano de Maese Pérez, además de una excelente versión radiofónica del ‘El monte de las ánimas’ a cargo del equipo de ficción sonora de RNE cuyo streaming los interesados pueden recuperar en la Red.

Incluso la pérdida de Sean Connery - o sea del James Bond más legendario- puede conducirnos a una historia de cementerios. Conocida, pero quizá con algunos flecos que no lo son tanto. Y cabe notar que si el personaje de Ian Fleming ha contribuido en buena parte a conferir a Connery la inmortalidad cinematográfica éste ya la había logrado en la pantalla encarnando al espadachín español Juan Sánchez Villalobos Ramírez, quien adiestra a Connor MacLeod en el arte de la esgrima y del no morir en ‘Los Inmortales’ (Highlander, 1998). Luego nos enteramos que en realidad había nacido siglos atrás en Egipto y utilizaba ese alias como espadario de Carlos I de España. En cualquier caso a la hora de ejercer magisterio y acero era todo un arquetipo de los esgrimistas de raigambre hispana made in Hollywood. Recuerden al Iñigo Montoya de ‘La princesa Prometida’, o, al Zorro Diego de la Vega, entre otros. Así que doblemente inmortal.

Volviendo al relato. Muchos amantes del cine, o de la Historia, que hayan pasado unos días de asueto en la costa onubense probablemente hayan tenido la curiosidad de visitar una peculiar tumba en el cementerio de la Soledad. La de William Martin. El hombre que nunca existió. Un nombre debajo del cual figura otro muy distinto, Glyndwr Michael, protagonista en realidad de una de las más apasionantes historias de espías de la II Guerra Mundial. Michael era un galés, deprimido y solitario, mendigo por las calles de Londres, que murió al comer un mendrugo de pan con veneno para las ratas. Un hombre sin historia, al que nadie echaría en falta, cuyo cadáver, transformado en el de William Martin, un imaginario mayor británico, fue arrojado al mar, desde un submarino, para que apareciera en las playas de Huelva. Portaba falsos documentos acerca de un teórico desembarco aliado en Grecia que, a través de las autoridades españolas, pronto llegaron a manos alemanas. Entregado el cuerpo a la representación consular británica ésta se ocupó de enterrarlo en el camposanto onubense. Y, cuidando el detalle, incluso desde Londres llegó una corona de su afligida e inexistente esposa. Los alemanes se creyeron el engaño y la invasión de Sicilia fue un éxito. La historia fue llevada al cine por Ronald Neame en 1956 .Y en muchos de los libros que se han ocupado de ella consta que la idea fue de un peculiar funcionario de los Servicios de Inteligencia británicos. Un tal Ian Fleming.

El padre de James Bond se había inspirado en la novela ‘Mulliner´s hat mistery’, de otro miembro de los Servicios de Inteligencia que, como él, cultivó el género: Basil Thomson Pero lo más curioso y quizá menos conocido del gran público es que, según afirman los estudiosos de estas cosas, en la operación ‘Mincemeat’- que así se llamó en clave- tuvieron también un activo papel... Q y Moneypenny. Aunque ellos aún no podían saberlo. Y ello porque Fleming se inspiró para ambos personajes en Charles Fraser Smith -quien diseñaba en la Q-Branch toda clase de artilugios para el MI6 y que fue el autor de la cápsula en la que se trasladó el cuerpo del inexistente Williams- y en su propia secretaria, Paddy Bennet, de quien se cuenta escribió las cartas de amor que formaban parte de la falsa documentación con que se dotó al cadáver.

Es la historia de una singular tumba que puede acreditar acoger a un personaje real y a un fantasma. Aunque este año, ausentes los cinéfilos y los turistas británicos, se ha quedado mucho más sola que las demás. Un año en el que miles de personas se nos han ido también muy solas. Un año sobre el que planean las rimas de Bécquer recordándonos los sentimientos de pesar y miedo que produce el dejar tan tristes, tan solos los muertos.

* Periodista