Cuando fui delegado provincial de Cultura (marzo de 1978 a septiembre de 1979), dependiendo del ministerio recién creado, tuve la posibilidad de hacer algunas realizaciones que hoy perduran (Biblioteca Provincial, Archivo Histórico) y tuve una gran preocupación que pesó sobre mí todo el mandato, Medina Azahara, ante la que debía declinar la difícil conjugación escasez de medios/grandes necesidades.

La situación llegó en algunos momentos a quitarme el sueño. Como aquel en el que hubo que despedir por imposibilidad de pagarles los jornales, a los pocos, tres o cuatro, últimos trabajadores, imprescindibles en el monumento-excavación. No solo se perdía a unas personas sumamente hábiles en lo suyo --recomponían atauriques en el suelo como si dominaran el puzle, o como si fueran arqueólogos graduados--; se perdía el último atisbo de vigilancia ante la segura amenaza de depredación de los coleccionistas o de suministradores a coleccionistas. Cuando le pedí vigilancia y cuidado a la Guardia Civil se me recordó que la petición debía hacerla el Gobierno Civil. Era más importante seguir el procedimiento rutinario que resolver el problema; es frecuente que la forma se sobreponga al fondo.

Pero los dineros iban llegando, aunque fuera con cuentagotas. Esto nos permitió afrontar un presupuesto ascendente a casi 19 millones de pesetas para la rehabilitación del Salón Rico, en el que logramos avances importantes.

Y conste que hacíamos lo posible y lo imposible para paliar la falta o escasez de fondos. Escribo en plural porque compartíamos preocupación y esfuerzo Rafael Manzano y yo.

Manzano --catedrático de Historia de la Arquitectura en la Escuela especial de Sevilla-- que era el arquitecto director de la excavación, llegó a anticipar tres millones de pesetas (una cantidad importante en la época) de su estudio.

Por mi parte yo alargaba mi trabajo y estrujaba mi imaginación. Así se me ocurrió la idea de convocar un concurso mundial de poesía que se titulaba «Los poetas árabes y españoles cantan a Medina Azahara», que me llevó a hora punta de la primera cadena de Televisión Española, amparado por Matías Prats. Me atribuí el cargo de secretario y compuse un jurado de mucha autoridad: Emilio García Gómez, Antonio Gala y Carlos Clementson. Nos reunimos en Madrid y trabajamos a fondo y con neutralidad, y surgió la sorpresa: ganó el premio el periodista Sebastián Cuevas. Del buen libro que se publicó sacó provecho Clementson, conmigo ya dimitido.

De Medina Azahara en mi época podría seguir contando muchas cosas, pero tenemos, en este artículo, que ir recogiendo.

Todavía no sé por qué ni por quien en un determinado momento se suscitó un interés general extraordinario por Medina Azahara. Me asediaban medios de comunicación de todo el país y algunos extranjeros, con filiaciones bien distintas. Sorprendente por ejemplo la atención y la extensión que prestó a la excavación-monumento el periódico comunista Mundo Obrero; no lo era en publicaciones con habituales espacios culturales.

Llegué a pensar que la Reina de entonces, tan aficionada y aplicada a la arqueología, había pulsado el botón rojo.

Pero dejemos el agua pasada, aunque pueda mover molinos, y vengamos a nuestra actualidad victoriosa; sepamos explotar el éxito por una vez.

Yuxtapongo una nueva propuesta a otra que formulé hace tiempo. En la explanada de la estación del AVE debe alzarse una gran placa vertical de bronce o de arcilla con dos caras. En una se leerá con claridad: Córdoba ciudad de la Mezquita. Y en la otra: y de Medina Azahara.

Será una llamada de atención o un recordatorio para el todo el que llegue a Córdoba, o salga de Córdoba por la estación de ferrocarril.

* Escritor. De la Real Academia