No quiero pensar lo que pensarán los ciudadanos del Campo de Gibraltar cuando ven como los medios de comunicación insisten en la cuestión independentista como si dichos acontecimientos provoquen caos civil y económico. Sin embargo, si usted va a Cataluña, verá que el orden social es normal dentro de las complicaciones de siempre. O sea, a diferencia del Campo de Gibraltar, Cataluña es una región normalizada donde no hay ningún riesgo de guerra civil, anarquismo por doquier, pobreza extrema o desobediencia generalizada; ni siquiera en los días más álgidos de las conflictivas votaciones, más allá de discursos políticamente interesados, hubo que lamentar grandes enfrentamientos entre la población y las Fuerzas de Seguridad del Estado. Y mientras la oferta de financiación privilegiada tira para allá, en los puertos del sur se extiende la ausencia del horizonte laboral. En el Campo de Gibraltar, a pesar de contar con uno de los mayores puertos del planeta, la industria ha desaparecido. Aquellos bazares de los que tanta familia comía, hoy no tienen razón de ser ante el ogro chino que está por todas partes hundiendo a todo el mundo. Al estar el paro por las nubes, el pueblo no tiene más remedio que subsistir acudiendo al hachís y al tabaco; además, la gente no tiene carga moral por ello al no tratarse de sustancias consideradas graves para la salud por la vía penal (merece la pena cubrir las necesidades de tu prole, aunque para ello pases un año en la cárcel). Pero al final, el delito siempre traiciona a la felicidad. Y la cosa no falla porque a perro flaco todo se le vuelven pulgas: el efecto llamada a la inmigración trágica acaudillado por hipócritas medidas políticas del nuevo gobierno --hipócritas no por haberlas hecho sino por haberlas vendido electoralmente multiplicando el problema--, han provocado la llegada masiva de inmigrantes ilegales a la zona de España con menos recursos, con lo que se van a derivar dos consecuencias sociales desastrosas para la paz social: el odio al inmigrante que quita ayudas de las ONG a los autoctonos y el aumento de la delincuencia por ausencia de oportunidades laborales. Ningún gobierno debería obviar que no son las oenegés las que dan vida digna a la gente, incluida la inmigrante, sino los países prósperos; y la pasividad de las administraciones para con La Línea y Algeciras es un craso error pues al igual que ocurre en países origen de nuestra inmigración, aquí hay serio riesgo de extensión de la corrupción. España con sus virtudes y sus defectos, parece de las sociedades más ideales del mundo. Cuidemosla. Y si no lo creen, pregunten a los inmigrantes el motivo de venir para quedarse.

* Abogado