Me encantan estos pequeños dinosaurios. Se han quedado sobre la barandilla de la terraza mirándome mientras desayuno tomando el sol y leyendo. A mí con cierta complicidad y la cabeza ladeada. Y a las miguitas de la tostada como un preciado tesoro que les gustaría compartir. Claro, han cerrado las terrazas y demás establecimientos de hostelería y ellos se han encontrado, de un día para otro, con la necesidad de encontrar otras fuentes de aprovisionamiento. Su estilo no cambia. Un par de saltitos, una mirada. Otro par, más cerca, otra mirada. ¿Me vas a dejar compartir tu desayuno?. Pajarillos pardos...

Equilibran su osadía con esa mirada. La necesidad de marcar distancias que nos han impuesto los protocolos de acción contra el coronavirus ha revalorizado el valor de las miradas. Y mira tú por dónde (valga la redundancia) hemos aparcado momentáneamente el recuerdo literario de Galdós y caído en la cuenta de que este año se cumplirán también 150 años desde que se nos fue, un 22 de diciembre, don Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer (segundo apellido paterno) quien daba por una mirada un mundo y por una sonrisa un cielo (por un beso ni se sabe... ya verán ustedes cuando los mercados liberen el stock que se está acumulando). Una mirada que también le hacía llegar al fondo de su alma el sol.

Revaloricemos las miradas. Es buen momento. Para el gremio manantero y el creyente en general puede ser -ahora que se acerca abril y no van a poder acompañarlos por las calles- la ocasión de evocar las de sus Cristos y sus Vírgenes, profundizando aún más en sus pupilas. Sobre todo si son las salidas de las gubias de los grandes imagineros que en España han sido (y afortunadamente siguen siendo en tierras cordobesas y andaluzas). Una mirada limpia, que, aplicando al caso el madrigal de Cetina, cuanto más piadosa más bella parece a aquel que la recibe, es siempre más pulcra, aséptica y profiláctica -y por supuesto dice mucho más- que cualquier besamanos o similar, pila de agua bendita incluida. Es una manera de hacer de la necesidad virtud... y salud.

Y ahora que el covid-19 nos trae ecos de otros tiempos en que la peste cerraba las ciudades y muchos buscaban escapar fuera de ellas o entretener sus prolongados encierros desarrollando facetas creativas, contando cuentos o celebrando fiestas (nihil novum sub sole) pienso también si el pequeño gorrión será consciente de que puede estar en riesgo de extinción. Su población está decayendo paulatinamente a pesar de su sabiduría prolongando el linaje de los grandes saurios a base de disminuir de tamaño, adaptándose a todo y currándose el pan de cada día. Solo es un ejemplo de la agresión que el ser humano está causando al clima y al ecosistema del planeta. La vida condiciona el medio ambiente y este condiciona la vida.

Así lo entendieron, a través de una controvertida teoría, James Lovelock, ingeniero de la NASA y el Nobel de Literatura William Golding quienes personificaron esta relación en Gaia, la diosa primigenia de la Tierra, la madre del cielo, el mar y las montañas. Una deidad amable con la vida pero implacable con quien no viviera en armonía con la Creación. Así que si consideramos nuestro Planeta como un ser vivo no sería extraño que él nos considere a nosotros como un peligroso virus contra el que deba defenderse. De momento la disminución de una serie de actividades por la pandemia ha impactado positivamente en la atmósfera. Una manera de recordarnos el grave problema que tenemos pendiente y la necesidad de ser solidarios globalmente. Menos mal que en las redes hay poetas que nos recuerdan que ya está cerca la primavera, ilustrándonos sobre la fuerza de la vida. De cómo florece y renace tras tiempos oscuros. Volverán las golondrinas (si es que se aclaran con el clima).

Oigan a Drexler diciéndonos que traslademos a las distancias largas el amor de las distancias cortas. La mirada es el sistema de comunicación más perfecto y difícil de manipular que existe. No en vano se dice que una imagen vale más que mil palabras. Y una imagen no es más que el producto de una mirada. Los que escribimos solemos objetar que hay palabras para las que no bastan mil imágenes. ¿Qué tal por ejemplo adiós?. O amor. Seguro que encuentran ustedes más. En Notas sobre el cinematógrafo -libro de lectura imprescindible para cualquier cinéfilo- Robert Bresson, el cineasta francés por excelencia, mago del lenguaje visual puro, decía que montar una película era enlazar las personas, unas con otras y con los objetos, a través de las miradas. Recuerden El Proceso de Juana de Arco, Lancelot o Picpocket.

Vaya... Parece que al final mis alados amigos se han decidido. Se han posado en el borde del plato y están dándose un festín con las migas que restan de mi tostada. Venga…volved mañana. No sea que os vayáis a extinguir (Me encantan estos pequeños dinosaurios...).

* Periodista