Antes de poner el pie sobre la superficie lunar, lo primero que puso el hombre sobre la luna fue una bolsa de basura con los restos orgánicos acumulados durante el viaje espacial. Lo pueden comprobar si buscan en internet la primera fotografía realizada por Armstrong desde el Apolo XI, en la escalerilla, antes de apearse del módulo lunar, allí verán en un primer plano una gran bolsa blanca. No es un mito, ni una leyenda ni una noticia falsa, lo ha confirmado a RAC1, una emisora catalana, Carlos González Pintado, uno de los ingenieros españoles que trabajó en la base de seguimiento que la NASA tenía en Fresnadilla de la Oliva y Robledo de Chavela, cerca de Madrid. Centro que aseguraba que las comunicaciones entre el Apolo XI y el centro de control de Houston fueran perfectas. Labor desarrollada con pericia no sin algún que otro susto. En su narración, este ingeniero español, anónimo como tantos que contribuyen a mejorar el mundo sin que sepamos de ellos, ha contado que Armstrong luego de abrir la escotilla trincó la bolsa con los excrementos que los astronautas habían ido depositando durante la expedición y, como cualquier terrícola desahogado, la tiró al suelo antes del histórico paseo, plantación de la bandera y la leyenda. Ya saben, «Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad». En conclusión, allá donde el hombre llega deja su impronta, ya sea en la Luna o en la Fosa de las Marianas, ya sea con banderas o con mierda. Y ahora la poesía, pues con buen criterio mi amigo Gabriel valora el artículo en virtud de la carga poética que contenga, se puede ser crítico, cínico, arrebatado o satírico, más siempre con belleza. En ese sentido, Hergé llevó a Tintín a la luna veinte años antes de que la pisaran Armstrong y Aldrín; Georges Méliès filmó su Viaje a la luna en 1902, basándose en las historias De la tierra a la luna de Verne y Los primeros hombres en la luna de H.G.Wells; y García Lorca, tan lunado él, ya advirtió al satélite gritándole «Huye luna, luna, luna/ si vinieran los gitanos/ haría con tu corazón/ collares y anillos blancos» (estrofa que hoy le censurarían); sin olvidarnos del sabio Galileo, el primer hombre que puso el telescopio mirando p’a la luna e hizo anotaciones mostrando con tino la imperfección del suelo lunar. También el poeta mexicano Jaime Sabines, médico del alma, miró a la luna e hizo una prescripción poética recomendando su consumo «Para los condenados a muerte/ y para los condenados a la vida/ no hay mejor estimulante que la luna/ en dosis precisas y controladas». Tengo para mí que los poetas, como los enamorados o los soñadores, siempre explicaron mejor la luna que los astronautas cagones.

* Periodista