Pedro Sánchez ha formado un Gobierno para permanecer. No es una transición, sino un espejo colocado al final del presente inmediato. La posible tentación líquida o gaseosa de introducir un muestrario de rostros más o menos afines a su resurrección se ha convertido en una solidez de los nombres seguidos de sus valores, con la única excepción del ministro de Cultura. El recién presidente ha querido fijar la confianza pública para hacer del futuro un territorio menos inhóspito, no tan desconocido, que se pueda ocupar sin riesgo de intemperie. Así lo ha consumado con los dos representantes cordobeses, Carmen Calvo y Luis Planas. La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Igualdad ha hecho de su trayectoria y discurso personales no solo una reivindicación, sino una afirmación de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero también en la concienciación de los valores constitucionales: nunca olvidaré el discurso que improvisó, antes de comenzar el examen parcial de Derecho político, al conocerse el asesinato de Francisco Tomás y Valiente; después de haberla escuchado defender su legado, aquello no fue un examen, sino una escritura colectiva de un poema democrático en el que la mayoría aprobamos. El ministro de Agricultura, por otro lado, garantiza uno de los prestigios europeos del nuevo Gobierno, porque Luis Planas es querido y respetado en Bruselas, como en todos los escenarios que lo han tenido por discreto y solvente protagonista. Planas representa lo mejor de este Gobierno: el sólido perfil profesional que se impone al paracaidismo de las listas internas. Quizá por eso ha provocado tanta perplejidad que no se haya seguido el mismo criterio con el ministro de Cultura y Deportes, teniendo en cuenta que estamos en el país de Velázquez y Juan Ramón Jiménez, no en la frivolidad del reality. Pero ya se verá. Lo importante: las mujeres son mayoría no por su género, sino por un criterio de capacidad, prestigio y mérito. Como debe ser.

*Escritor