Con la formación del nuevo Gobierno, me he acordado de Theophrastus Bombastus von Hohenheim, para los amigos Paracelso. Un tipo adelantado a su época, pues intuyó que incluso para practicar la alquimia había que buscarse un nombre comercial. Nació un año después de que Colón pisase Guanahani, bañado pues en el caldero del Tiempo de los Descubrimientos o, como quien dice, de la Curiosidad. Porque el emulador de Celso (un médico romano del siglo I) se convirtió en un referente de muchas ramas del saber; en una época en la que las escasas bifurcaciones del conocimiento te permitían tildarte de humanista por ese ronroneo de lo ignoto. Y es que Paracelso es uno de los padres de la toxicología (dejando a un lado la sabiduría de las envenenadoras romanas) y quien destronó la verdad absoluta del paradigma hipocrático, entre otros motivos por uno de sus axiomas más famosos: «Nada es veneno; todo es veneno. Depende de la dosis». Esta máxima no solo se aplica al arquetipo ejemplo de la sal (ancestral moneda de cambio y azote de las dietas sosainas), sino incluso al agua, pues una hiperhidratación puede resultar fatal.

¿Habrá encontrado Moncloa inspiración en este médico suizo? La moderación es el karma que parece guiar los primeros pasitos de este Gobierno. Se podrá pedir lo imposible, pero acudiendo al manual de uso de Descartes. Y de paso, se le ponen unas velas a Paracelso para ser puñeteramente sibilino. Si se hubiese mantenido la composición numérica del anterior Consejo de Ministros (17), el peso de Unidas Podemos habría alcanzado el 30% de las carteras ministeriales. Más madera para aguar la efervescencia morada, pues al aumentar a 22 el número de ministerios, la significación de las huestes de Iglesias se reduce también a un 22%. Y para festonear el predominio socialista en el Gabinete, la vicepresidencia de Unidas Podemos ha sido neutralizada con otras tres vicepresidentas, resaltando el eterno femenino y dando cínicamente coherencia a las siglas del socio de coalición.

Con todo, este mayor abigarramiento en la mesa del Consejo de Ministros es un mal menor si contribuye a la gobernabilidad. Se han saciado algunos egos que no soñaban una contaduría de ovejitas, sino con el traspaso de la más codiciada cartera de cuero. Una máxima universal es que el poder erosiona muchísimo las aristas de la radicalidad, más aún cuando este país tiene que afrontar tantísimas y postergadas asignaturas pendientes. La cuestión territorial, el endeudamiento exterior, la sostenibilidad de las pensiones, el refuerzo del sistema sanitario, la eliminación de los vaivenes educativos; la elisión de las risitas por la temática ambiental, el adiós a los abrazos de Judas en la investigación; y, por supuesto, la corrección del endemismo del desempleo son asuntos que requieren muchas dosis de cordura y eficacia. Y si es con ayuda de Paracelso, mejor.

* Abogado