Los británicos van por delante en este proceso de descomposición y posible reorganización de la Humanidad que estamos experimentando. Ahora han salido con la ocurrencia de crear un ministerio que se ocupe de esos más de nueve millones de personas que ya a duras penas sobreviven solos en casa y sin contacto con la familia, amigos o simples vecinos.

El Ministerio de la Soledad, como literalmente se le denomina, lleva unos pocos días funcionando, y fue sugerido por una comisión creada al efecto de investigar la necesidad de abordar al más alto nivel el grave problema social que los británicos estaban descubriendo. En palabras de la primera ministra, Theresa May, «la soledad es, para mucha gente, la triste realidad de la vida moderna». El tema parece grave allí, sabiendo lo fríos, distantes e independientes que son los británicos, o al menos a eso nos tenían acostumbrados.

La principal tarea de ese nuevo ministerio será la de coordinar políticas transversales de todo el Gobierno, empezando por reunir más evidencias e información estadística que permitan comprender mejor el alcance del problema, y adelantar ya fondos para que se empiecen a desarrollar acciones concretas que ayuden a que las personas que se sienten solas (ancianos, niños, personas discapacitadas, migrantes) puedan volver a engancharse a la sociedad. Para conseguirlo, los responsables del Ministerio de la Soledad buscan la colaboración de todos: voluntarios, organizaciones benéficas, empresas e instituciones con responsabilidad social.

A bote pronto, desde aquí suena bien al menos ese gesto de estos nuevos británicos postbrexit por reconocer un problema social en algo tan personal como el sentimiento de estar solo. También es probable que otras razones objetivas hayan movido al Gobierno a aceptar inmiscuirse en este asunto, tal vez un aumento galopante en el coste del mantenimiento de los servicios sanitarios.

El problema de la soledad en España también existe, pero nosotros, por nuestro carácter y nuestras tradiciones culturales y estilo de vida, hemos reconocido siempre la soledad como un problema. Por eso nuestras familias son más extensas y el entramado de relaciones humanas que envuelve nuestras vidas es más tupido que en Gran Bretaña. O al menos lo era. Porque la tradición y el estilo de vida ha ido cambiando. Y lo ha hecho para mal, lo mismo que la dieta mediterránea ha terminado por sucumbir, esperemos que no irreversiblemente, ante el empuje de la comida basura.

Yo personalmente estoy viviendo con mucha atención este proceso. A ver cómo reaccionamos los españoles, los andaluces, ante esta nueva realidad social que se impone.

Cada vez hay más familias monoparentales y más solteros viviendo solos. Y cada vez somos más viejos. ¿Sabremos responder espontáneamente con imaginación y sentido común, sin necesidad de adoptar soluciones en principio tan artificiales como las que pueda adivinar un ministerio de la soledad? ¿Sabremos reconstruir ese tupido entramado de relaciones humanas al margen de las familias extensas? Mi amiga Mª Ángeles soltó un día en nuestra comida de los viernes que podríamos planificar una convivencia cercana para cuando seamos algo mayores, con una especie de miniurbanización de bungalós, de modo que estuviéramos lo suficientemente juntos como para sentirnos acompañados, pero no tanto como para molestarnos mutuamente y perder intimidad. Y mi amigo Javier dice que las personas asoladas y abandonadas por la vida podrían recuperar un ambiente familiar con otras familias, en una especie de adopción mutua. Estas dos propuestas ya se practican aquí desde hace tiempo.

Yo no sé qué hare. Soy joven aún para pensar en esas cosas. Me gusta salir y juntarme con todo el mundo. Es cierto que al final de la tarde, si vuelvo a casa derrotado por la vida, me siento solo y deseo con ansias la luz del nuevo día. Pero qué ministerio podría ayudarme a combatir esta soledad tan sólida y profunda, inspirada por Camus y Beckett. Mejor será que aprenda a vivirla y amarla.

* Profesor de la UCO