Acaban de abrirse las puertas de la escuela donde aprendí los últimos años de la niñez antes de emprender mi viaje por la vida. Comienza el curso después de un verano que termina mañana en el que los niños de los pueblos han aprendido que hay estaciones con menos soledad, como la que acaba, en las que caben experiencias como las de la capital. Ahora solo hay coches y casas en aquellas paredes de enfrente de la escuela donde orinábamos en el recreo después de bebernos la leche en polvo que nos daban los americanos (entre 1954 y 1968 llegaron a España unos 3.000 millones de litros a través del plan ASA: Ayuda Social Americana) por la mañana, que por la tarde se convertía en queso. Al cabo del tiempo, después de casi sesenta años, aunque a los colegiales los lleven a clase en coche y no jueguen ni al trompo, ni a la pitila, no corran y vivan en la soledad de los dos mil amigos de Internet y el móvil, sigue el milagro de la enseñanza, uno de los motivos por los que se mueve el mundo y que cada año comienza, al menos en España, en septiembre. Hay guerras, hambre, esclavitud, racismo y desprecio por la justicia, pero, afortunadamente, cada año, por septiembre, comienza en todo el mundo, aunque de distinta manera, el curso escolar, esa obligación que cada comunidad se impone para que la transmisión de la sabiduría de padres a hijos no se pierda y no desaparezca el mundo del pensamiento. La escuela, el colegio y los institutos son esos centros educativos que nos preparan para la formación profesional --la Laboral de Córdoba tuvo como alumnos al poeta Antonio Colinas, el actor Eusebio Poncela y al cantante Juan Manuel Serrat-- o la universitaria, que nos darán un lugar en la vida. Y ahí es donde el milagro de la enseñanza y el aprendizaje pierden algo su virginidad y comienza a abrirse camino, aunque sea de mala manera. Lo estamos viendo ahora con las copias de párrafos sin citar, másteres en entredicho o convalidaciones sui géneris. Sin embargo afortunadamente esta actualidad no llega a tragedia. En los exámenes siempre se ha intentado copiar; desde lo de Internet, al cortar y pegar lo ajeno lo tildan casi de sabiduría popular, y en su día con un trabajo mío aprobaron asignaturas al menos tres compañeros. Lo bueno es que a pesar de tanta argucia académica, cada septiembre continúa el milagro de la enseñanza.