Es una estrella. Se expone llamativamente en las estanterías de todos los colmados, grandes superficies y tiendas gurmet. Todos le hacemos un hueco en nuestra vida, o al menos en nuestras despensas donde guardamos una, dos o tres. Su contenido, natural, en aceite o en escabeche, forma parte de cualquier menú pues hay mil recetas donde incorporarlo. Solo le falta cotizar en bolsa, aunque está presente en negocios de gran calado. Les presentamos a la lata de atún. Durante el Congreso Mundial del Atún celebrado en Vigo este pasado septiembre, el señor Juan Alonso planteaba una pregunta que siempre me ronda por la cabeza. ¿Cómo puede ser rentable un pack de tres latas de atún en aceite de oliva a 0,99 euros? Efectivamente, como él mismo expuso, «las cuentas no dan». A los 0,99 euros a los que se vende el lote hay que descontarle el 10% de IVA, con lo que se queda en 90 céntimos. Dividido entre tres, tenemos que cada lata se vende a 30 céntimos de euro. Si se descuenta el envase y el aceite de oliva, el precio de una lata de atún es de 0,16 euros.

Según el señor Juan Alonso es un imposible, por mucha economía de escala que podamos pensar. Es un precio falseado por la gran distribución que utiliza la lata de atún como producto tractor. Vende a pérdidas sabiendo que funciona como reclamo y que lo compensa con las otras compras que realizamos.

Lo que no denuncia el director de operaciones de una de las grandes empresas conserveras españolas es cómo se consiguen tantísimas cantidades de atún siempre baratas y disponibles para una parte del planeta. Fundamentalmente porque no se contabilizan ni los atropellos laborales que en muchas empresas se dan; ni los costes ambientales que representa para la especie y para el mar; ni, desde luego, tiene en cuenta de dónde llega el atún, a quién expolia y a quién, en lugar de generarle una forma de vida, le convierte en un hambriento. Para la lata de atún no hay vallas en su camino.

* Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas