En su propia esencia y tal como está planteado a la fecha, el tema de la Mezquita es una cuestión histórica. No por ello ni mucho menos tal afirmación equivale a predicar o auspiciar en su análisis un monroísmo inaceptable y absurdo desde cualquier enfoque o ángulo de estudio. V. gr., plumas, entre otras tan señeras de este periódico y de otros editados en nuestra ciudad -tan venturosamente plural en el orden informativo-- como asimismo de la literatura cordobesa de la hora presente, a la manera de Carmelo Casaño o Rafael Mir, han entrado recurrentemente en el palenque de la disputa para profundizar, contextualizar y esclarecer diversos extremos de la cuestión. Desprovisto desgraciadamente de los conocimientos para opinar con un mínimo de responsabilidad en tan arduo asunto y pese a garrapatearse estos renglones en un hogar abastado de libros y títulos jurídicos, el articulista respetará esferas y campos de estudio. En las propedéuticas en que se iniciara en el oficio de escribir tal era un principio sacrosanto al que, con caídas acaso inevitables y siempre pesarosas, ha procurado ser fiel en una, hèlas, ya demasiado larga trayectoria de lletraferit. Por lo demás, ya a tono con lo que recientemente ha leído, acreditados juristas al sur y al norte de Despeñaperros censuran la infirmidad de los argumentos esgrimidos por los defensores de la municipalización de la Mezquita Catedral, llegando incluso algunos de entre ellos a criticar ásperamente «la indigencia» de parte sustancial de sus tesis. Pero --se insistirá- ya es muy subido el tono de la controversia como para ir a buscar el ocasional articulista nuevos motivos de discusión en terrenos muy distanciados de los que le son, por cuestiones de profesión, medianamente familiares...

Es así lo cierto que, desde la Baja Edad Media --etapa singularmente creativa en los anales de la antigua capital omeya--, el pueblo y sus élites asumieron con naturalidad y hondura la plena integración del recién templo católico en una visión de la cristiandad más canónica. En una época en la que no pocos de los pensadores y artistas modernos y contemporáneos fijaron el modelo perfecto y la imagen más refulgente de la religión de Cristo en su trascendencia y cuotidianidad, no se registraron malentendidos ni altercados algunos dignos de mencionar con caracteres resaltados en las relaciones entre las autoridades eclesiásticas y edilicias en punto a la posesión legal de la Mezquita. Un Ayuntamiento tanto en dicho periodo bajomedieval como en el siguiente renacentista --el de los célebres caballeros veinticuatro--, caracterizado por la altivez de sus alcurniosos y suspicaces integrantes, nunca o muy rara vez se enfrentó con el Obispado y clero catedralicio a propósito del tema glosado. No obstante la estrecha imbricación de las esferas temporal y sacral de aquella sociedad, nunca se provocaron sobresaltos conforme a un orden establecido por Dios. En la conflictividad latente u operante siempre en un cuerpo social complejo --y una ciudad lo es por excelencia--, la discusión acerca de la titularidad patrimonial de su Catedral no figuraba en la agenda de sus munícipes. Ni siquiera en el apartado económico...

Empero, al llegar aquí, «con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho», conforme escribiese un cordobés de nascencia y, desde luego, de ascendencia.

* Catedrático