El pasado martes, el Rectorado de la Universidad de Córdoba acogió la recuperación de una figura clave del periodismo andaluz, Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944). Ante varios centenares de asistentes y organizado por la Fundación Cajasol, los escritores Arturo Pérez Reverte y Andrés Trapiello, el actor Juan Echanove y la propia hija de Chaves Nogales, Pilar, glosaron su figura, su trascendencia histórica y su vinculación con Córdoba, donde nació Pilar y fue director de La Voz de Córdoba, de 1920 a 1924. De Chaves Nogales es preciso destacar tres aspectos: primero, fue testigo de su época, corresponsal en la Rusia zarista y luego en la soviética, corresponsal en la Alemania nazi, donde entrevistó a Goebbels, y en la Italia fascista, estuvo en Ifni en 1934 y en la Guerra Civil; segundo, como él mismo se calificó, fue un hombre liberal, republicano y demócrata, políticamente de centro izquierda; tercero, comprometido con la República en el inicio de la Guerra Civil, siendo director del periódico Ahora, tuvo el equilibrio y la ecuanimidad suficientes para apostar por una tercera España, criticando los excesos de ambos bandos por igual. Esta actitud le costó el exilio y ser perseguido por republicanos y nacionales indistintamente. Y es ahí donde radica su mérito y la necesidad de ensalzar su figura. Como dijo Pérez Reverte: «Su mirada sobre la Guerra Civil española es fundamental y muy necesaria, ahora que la contienda se usa como arma política». Echanove leyó el prólogo que Chaves Nogales escribió en su obra A sangre y fuego, escrita en 1937 iniciado ya su exilio. En la voz del actor, las palabras de hace 80 años del periodista resonaron en las conciencias de los asistentes y deberían resonar tambien en cuantos, ochenta años después, pretendan dividir a aquellos españoles en buenos y malos, en españoles para recordar y españoles para olvidar, según el bando donde combatieron: «Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España». A continuación, nos deja, con la carga de un mensaje conmovedor, estas palabras: «Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes». Conmueve, asimismo, por su palpitante actualidad, su apuesta clarividente, en aquellos trágicos días, por el mejor futuro de España. «Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas (...), que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo». Nuestro país alcanzó la reconciliación de las dos Españas, en 1978. Sería triste cuestionarla de nuevo y destrozarla después.

* Sacerdote y periodista