Por supuesto que la razón y el sentido común ayuda en estos momentos contra el coronavirus, así como algunos sentimientos y actitudes. Está la esperanza, el amor, la fe, el civismo, el patriotismo, la disciplina… también la firmeza, la seriedad, el humor… y si me apuran incluso el coraje y hasta pecados como la ira, la vanidad o un sano egoísmo. Sin embargo, la mala leche, lo que es la mala leche pura, sobra. Digo esto porque he leído la bulla que tuvo que aguantar una mujer con sus hijos que paseaban por un parque, con permiso para ello en este estado de alarma porque uno de los pequeños tiene un grave problema de autismo con claustrofobia. También me dio una infinita pena ver cómo en un supermercado se regañaba sin piedad a una anciana que tocaba varios paquetes de galletas sin decidirse. La señora, confundida, asustada y temerosa desde antes de entrar, acabó llorando bajo la inclemente bronca. Y luego he visto grabaciones sin piedad contra todos los dueños de perros por ser ahora unos privilegiados, he oído caceroladas de un signo o de otro, memes que destilan mala baba… El estado de alarma ha dado cancha también a muchos mandones frustrados cuando ahora lo que debe primar es la empatía, esa facultad que le permite a uno ponerse en lugar del otro. Y no es que pida que nos hagamos los tontos, que nos traguemos nuestros pensamientos y opiniones e ignoremos el malestar. ¡Faltaría más! ¡Eso es lo que quisieran algunos! Tanto los que nos quieren manipular, pese a ser evidente lo burdo de sus argumentos, como los que nos manejan sin darnos cuenta. Porque todos somos manipulables, aunque están los que son conscientes de ello y los que no. Siempre hay quienes quieren sacar partido de nuestro sufrimiento. Y es que esto es muy sencillo y no hay punto medio: o eres parte de la solución… o eres parte del problema. Ya habrá tiempo de ajustar cuentas si es que hay que hacerlo. Pero por ahora, la mala leche no ayuda.