Tras la toma de posesión de Trump como presidente de los EEUU no sé si los ecos que me llegan son la algarabía de sus votantes, seguidores y deudos, las protestas de los que no lo pueden ver ni en pintura -muy especialmente los tertulianos y politólogos de mi país- o las trompetas de Jericó anunciando la llegada del Apocalipsis. Todo lo que nos cuentan, todo lo que se dice y repiten los medios de comunicación es que el mal se ha entronizado en la Casa Blanca. Pero resulta que lo que hace un año era un imposible, luego fue un probable y ahora es una realidad, porque así lo han decidido 60 millones de ciudadanos que lo han votado que, digo yo, merecerán un respeto. Ya no se pueden oír más descalificaciones de una persona, ni más adjetivos que no traspasen el insulto, ni más negro futuro para EEUU y el planeta que el que nos han pintado estos días, y pudieran ser así, pero no nos acojonen, por favor, dejen de meternos tanto miedo. Particularmente no me gusta nada Trump, ni me gusta su cara, ni su tosco estilo, ni lo que dice ni como lo dice, ni su hoteles y casinos, ni esa obsesión por el oro y lo dorado, ni su cabellera oxigenada, ni como trata a su mujer (que es lo único que me gusta de su entorno) pero no por ello voy a desear su muerte. Me quedo con la reflexión del historiador e hispanista Stanley G. Payne (acaba de publicar “365 momentos clave en la historia de España”) que confiesa haber votado a Trump porque se dio cuenta de que “si se pasa y hace algo perjudicial para el país, los republicanos lo destituirán” ¿Podríamos aplicarnos el cuento nosotros? ¿Qué español, hoy por hoy y visto lo visto, podría tener la seguridad de que si el presidente sale rana, bobo, golfo o trincón, en su propio grupo lo apartarían del cargo, del partido y del cajón? Podría alguién esperar el bisturí sanador cuando todo lo que se ha hecho sobre las heridas que la corrupción ha provocado ha sido colocar cataplasmas y apósitos que han causado mayor putrefacción en el sistema y en la política. No más lobos ni más cuentos que, como León Felipe, ya sabemos todos los cuentos, venimos de muy lejos, tenemos memoria y nos contaron muchos cuentos. Trump hará y deshará, y cumplirán más bien poco de su programa (ojalá), como hacen todos, y si no mete mucho la pata ya verán como muy pronto otros presidentes buscarán su compañía y quienes hoy lo están fusilando dirán ver en sus veleidades la señal del carisma. Y hasta puede que tenga un golpe de suerte, porque de aquella coincidencia entre Reagan y Gorbachov salió el hecho más revolucionario y con menos derramamiento de sangre que se ha dado en el siglo XX, la caída del Muro de Berlín. Así es que menos lobos, que el fin del mundo puede esperar.

* Periodista