Tiene 40 años, y acaba de descubrir que es heredera de un sufrimiento insoportable. Nació en los días del mal. La vida de su madre no valía nada, solo su útero henchido. El que ella llenaba. Cuando se vació, el cuerpo de Norma Síntora pasó a ser uno de los 30.000 desaparecidos de la dictadura argentina. Ahora, 40 años después, tras una vida transcurrida en España, su hija ha descubierto la verdad de su nacimiento, de su pasado. ¿Cómo se afronta esa verdad que rompe en añicos la realidad vivida? ¿Cómo se asumen las sombras en los rostros de los que creyó sus padres? No saber, dice el espíritu que solo ambiciona la tranquilidad. Mejor no saber, mejor no haber sabido, y seguir viviendo solo con la realidad del presente. Seguir con la puerta cerrada a un torrente de interrogantes que ponen en duda la más íntima de las identidades. Es difícil imaginarnos en una situación tan extrema como esta hija sobrevenida, pero lo cierto es que cada uno de nosotros procedemos de una herencia en la que se entremezclan el bien y el mal, la grandeza y la miseria, lo más sublime y lo más abyecto. Conocer y asumir nuestra memoria puede que nos enfrente a sufrimientos desconocidos pero, quizá, también es el camino para hacernos mejores. Más comprensivos con las víctimas y más intolerantes con los culpables, con todos los culpables. Asumir la memoria, también la colectiva, nos ofrece una dosis de humanidad, una vacuna contra el mal.

* Escritora