Siempre hay motivos --y muchos-- para evocar a los grandes ausentes. En la ocasión presente, las circunstancias de la vida española de la actualidad hace muy vivo el recuerdo de quien fuese ministro de Hacienda (1979-82) en varios de los gabinetes de Adolfo Suárez y en los de Calvo Sotelo y figura descollante del partido de la UCD hoy rememorado con inmensa nostalgia. Personalidad política prominente muy o un mucho a su pesar, pues dicha actividad sólo cobraba sentido en su pensamiento en su estricta dimensión de servicio público, y, dentro de ello, del Estado; planteamiento, como se ve, por lo demás, muy común a los hombres y mujeres que fueron sus compañeros en la empresa --¿aventura?-- de retornar España a la democracia. Cuando estos días tan abrillantada etapa como la que él fuese artífice destacado se encuentra bombardeada por las baterías de ignaros, olvidadizos y oportunistas la memoria de gentes como éste turolense avecindado indesligablemente en Sevilla suscita de inmediato simpatía y gratitud. Arquetipo insuperable de la meritocracia vigente en tiempos de su niñez y mocedad, la vocación docente que impregnaba su modesto hogar la vehiculó a través de una carrera de Derecho entrañada como suprema realización personal y cristalizada en el estudio de su dimensión fiscal y hacendística. "Bolonio", después de haber cursado aquélla, como tantos otros hombres de su tierra bajo-aragonesa, en la Universidad de Valencia, llegó a la de Sevilla en una coyuntura reclamada ya de modo absorbente por la esperanza y el futuro. Espléndido período de la Facultad de Derecho de la Hispalense, en el que el sortilegio de las épocas áureas --conjunción armoniosa de nova et vetera (Giménez Fernández, Cossío, Aguilar Navarro, Elías de Tejada, Sánchez Apellániz-, Clavero, Olivencia, Alonso Olea, Martínez Gijón-)-- se atesoraba en su prestigioso claustro. Por contera, a la refulgencia del lance individual y del episodio institucional contribuyó desde el primer instante el respeto albergado por Añoveros hacia su predecesor en la cátedra, don Ramón Carande --quizá el prohombre de mayor aureola y auctoritas en muchos de los círculos dirigentes de la ciudad en la último tramo del franquismo--, y la honda afección manifestada por éste a un hacendista algo "raro" como algunos de sus idolatrados maestros y "acreedores"-

En tal tesitura, resultaba fácil imaginar que Sevilla desplegase ante él sus imanes y le convirtiera en uno de sus habitantes cuya prosapia provenía más que de la historia o el linaje, de la intensidad y la lucidez. Con una existencia profesional desenvuelta en el mundo de las finanzas y altos negocios, no atesoró caudales y nunca ennortó su existencia por el disfrute de riquezas. La áurea mediocritas propia y congenial a la biografía de un catedrático que, en medio de las auras del poder y las tentaciones cortesanas, jamás quiso dejar de ser provinciano, pautó hasta la muerte su andadura. Amante de Madrid, volvía invariablemente con sus libros --¿hubo alguna vez en los gobiernos del país un ministro de mayor curiosidad y voracidad lectora?--, sus amigos y tradiciones, en medio de la privacidad que tanto le gustase y defendiera. Escritor de raza --¿su vocación oculta, tal vez?--, se descubriría pronto como un tratadista encomiable de su materia y luego, en el ocaso de su laboriosa existencia, como articulista de pluma buida al tiempo que pulcra y, a las veces, enjoyada por el dominio singular de los matices.

La Historia semeja haber complacido la querencia de Jaime García Añoveros por los tonos grises y la reluctancia hacia los focos mediáticos. En las cada vez más espaciadas ocasiones en que se entona el elogio de la Transición --y ello a menudo con reservas-- es muy infrecuente la mención de la personalidad que timonease la Hacienda nacional a lo largo de uno de los trienios más remecidos de nuestro reciente pasado. ¿Llegará al menos un día en que Sevilla testimonie con cierto allure su reconocimiento al jurista y gobernante que tan rendidamente la amó? Imbatible, cernudianamente, en ingratitudes y desvíos sería ella sin duda una buena muestra de un cambio tan positivo como fecundo para la memoria colectiva de las próximas generaciones.

* Catedrático