No hay que esforzarse mucho para recordar cómo hace diez años era difícil ver sonrisas por la calle. Los rostros preocupados, los carteles de «cerrado», las colas en las oficinas de empleo, los juzgados de lo Social y lo Mercantil desbordados, los despidos, los comedores sociales y las manifestaciones volvieron casi en blanco y negro la imagen de nuestra sociedad. En los últimos años, las cifras registran un crecimiento económico que no se ha trasladado a todos, si bien, con el cinturón apretado y un gran porcentaje de la población todavía en riesgo de exclusión, la mejoría se aprecia y a las calles ha vuelto el dinamismo y la alegría. ¿Quedó atrás la crisis? Ni siquiera los gurús lo certifican, dadas las incertidumbres internacionales. El panorama es positivo, pero hay una realidad injusta, en la que los ricos se han reforzado y las personas pobres o en riesgo de pobreza se han multiplicado.

Durante diez semanas, Diario CÓRDOBA ha recopilado en una serie de reportajes una memoria de esa crisis que se desplomó con crudeza a partir de los años 2007 y 2008. Crisis financiera internacional que arrasó un sistema bancario más frágil de lo previsto, dejando en evidencia los comportamientos irresponsables (o claramente ilegales) de las cajas de ahorros, repercutiendo sobre el sector promotor, la construcción, el consumo y el empleo. El castillo de naipes se derrumbó, y nada indica que se haya implementado un nuevo modelo productivo. Domingo tras domingo, hemos ofrecido a nuestros lectores esa memoria de la crisis en Córdoba, comparando los datos del comienzo y los de la actualidad. Por ejemplo, la huida de los inmigrantes, el paro, que llegó al 37,4% de la población activa según la EPA (hoy anda por el 27%), y la vivienda, con 6.000 familias desalojadas en una década, han sido las dos grandes tragedias. A la oleada de despidos y cierres patronales siguió el hundimiento de los salarios, y la contratación, que ya de por sí era mayoritariamente temporal, ahora es completamente volátil. La inversión pública cayó, y apenas se ha recuperado. La protección a los parados se fue reduciendo. No había cursos gratuitos de formación, y los jóvenes han salido a miles hacia otros países, llevándose el talento. La protesta en la calle se tradujo en nuevos actores en la escena política.

En la parte buena, la solidaridad, tanto de las familias --esos jubilados que ahora protestan-- como de las ONG (Cruz Roja, Cáritas y Banco de Alimentos han provisto necesidades que la administración no abarcaba) o Stop Desahucios. Y, también en lo positivo, la mejora del sector turístico (en estos años los patios lograron el título de la Unesco), el esfuerzo hacia las nuevas tecnologías y la internacionalización que permitió sobrevivir y crecer a muchas empresas. Podemos decir que la gran tragedia ha quedado atrás, pero hay muchas familias que jamás podrán recuperarse, muchas oportunidades perdidas, muchos niños sin opciones de futuro y muchos jóvenes que se hacen mayores sin proyecto de vida. Pasó lo peor, pero las lecciones de la crisis no están aprendidas, ni las heridas cerradas. A las instituciones --y a los ciudadanos-- les queda mucho por hacer, mucha política con mayúsculas, para devolver a la sociedad la esperanza perdida.