Hay en Carolina Marín rasgos que, con la distancia en trayectoria y en carácter, recuerdan a los de Rafa Nadal. Son los que tienen que ver con caerse y levantarse, con pasar una mala racha y superarla con tesón. Las lágrimas de la onubense tras conseguir su tercer premio mundial de badmington hablan de la alegría tras un 2017 de malos resultados, en los que el ánimo se achanta, la esperanza se reduce, el espíritu teme no ser capaz de recuperarse, pero el esfuerzo conduce de nuevo al éxito. Y, si no lo hubiera logrado, al menos habría peleado. Ese ejemplo sirve para el deporte --y se están multiplicando los jugadores de badmington-- y sirve para la vida. Esta andaluza de personalidad arrolladora nos procuró ayer una gran alegría.