La deportividad ha de ser sincera o acaba siendo bravuconería. Al estrechar la mano de un rival y mirarlo a los ojos uno debe saber que podrá ser vencido, que la lona o la pista guardan recovecos invisibles en los que hasta el más diestro puede tropezar y abismarse en la sombra más letal de sí mismo. Uno puede perder. Es más: lo normal, en la vida, es perder. Ganar es raro, y repetir victoria es excepcional. Por eso glorificamos a los vencedores desde que el mundo es mundo --o sea, Grecia-- y trenzamos coronas de laurel sobre las frentes álgidas de los más rápidos, los más fuertes, los más sanos en cuerpo, respiración y ritmo de la sangre caliente. Pero también el arte nos ha servido como epopeya inversa para ciertas derrotas, con su poso dorado en viejos decorados de cartón piedra en el cine, porque siempre nos quedará París y no es oro, ni gloria, ni siquiera auténtica victoria, todo lo que reluce. En fin: cuando estrechas la mano de un rival debes pensar en esto. Porque la vida es una sucesión de derrotas más o menos previstas, aunque al final todas sean predecibles. Y si estrechas su mano con honradez, si miras a los ojos de tu oponente y valoras sus posibilidades, tienes que ir en serio, porque el resto es vacile.

«A mí me gusta el candidato», ha dicho Pedro García, coordinador provincial de Izquierda Unida y primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Córdoba, de José María Bellido, el aspirante del PP a ocupar la Alcaldía. Cuando lo leí pensé: bien por Pedro García. Estos años de invisibilidad ejecutiva, que no institucional, ese período de local y gris calma chicha, han valido la pena --no tanto, pero en fin-- para arrancarle un comentario que dignifique la competición. Uno es un entusiasta y se ha puesto a pensar en Federer y Nadal intercambiando piropos, los dos más grandes tenistas no sé si de todos los tiempos, pero sí de nuestro tiempo. Joder, qué hermoso es eso. Y qué altura hay que tener. Qué bien nos vendrían en Córdoba y en España políticos así. Y me he dicho: oye, a ver si Pedro García esconde dentro una bonhomía de esas que te desarman en el primer cruce de palabras. En esta España cainita, hablando bien de un adversario, casi dándole la enhorabuena por su nombramiento. Y además viniendo del líder de un partido en franca descomposición, prácticamente entregado en sacrificio a Podemos por Alberto Garzón. Más mérito aún. Pero uno es optimista por naturaleza y el deporte de altura se queda únicamente para quien lo practica, dentro y fuera del ring de esta desgastada lona nuestra.

No era una bienvenida, sino sarcasmo, lo cual incluso añade cierto ingenio verbal y efímero al asunto. «Nos viene bien», ha dicho García, por la «gestión nefasta en los cuatro años que estuvo», refiriéndose a su paso como delegado de Hacienda con José Antonio Nieto. Luego se ha descolgado con algo menos irónico, y seguramente también menos caballeroso, al afirmar que Bellido «ha tenido sus cosillas con la Guardia Civil», con lo que se columpia hacia la difamación, aunque sea en plan tiro la piedra y salgo pitando. Otras declaraciones de García han estado mejor, cuando ha asegurado que el PP «tiene menos cosas que hacer, tiene una oposición muy flojita y tiene tiempo para elegir candidatos». Es verdad. Una oposición no ya flojita, sino inexistente. Una oposición casi de boxeo de sombras. Si ves a un tío peleándose con su sombra, haciendo posturitas sobre un fondo de luz que le devuelve su silueta, queriéndose, gustándose a sí mismo, ¿para qué te vas a pelear con él? Déjale que se canse, que se agote hasta acabar rendido en el rincón.

No es que la oposición sea flojita, es que la política municipal ofrece a veces un perfil tan ramplón, de tal grisura, que suele dar pereza hasta pensarla. No es que la nacional sea para tirar cohetes, pero al menos hay nervio, hay tensión. Lo de aquí es un dejar hacer, dejar pasar, mientras la ciudad muere de hastío cíclico, de alguna agitación mucho más tabernaria que real y de cuatro flipados que descubren América en la barra de un bar, posmoderno o raquítico. Venga quien venga, que anime un poco esto, por favor, que es más muermo que vida. Que nos haga soñar o rabiar, pero que haga algo. Y desde luego que piense más en la ciudadanía. Porque un teniente alcalde del Ayuntamiento, por el bien de la ciudad, debería desear tener en frente al mejor candidato. Pero no en ese plan irónico de Pedro García, sino a carta cabal. Aunque tiempo al tiempo. Porque a lo mejor lo tiene, pero todavía no lo sabe.

* Escritor