A estas alturas de septiembre es posible que algunos de ustedes, los suertudos que hayan podido hacer vacaciones y las hayan pasado junto al mar, ya sepan cuál ha sido el mejor baño del verano.

Los veranos tienen sus propias cuestiones vitales que en invierno olvidamos a veces para sumirnos en asuntos mucho más triviales y absurdos, este año van a intentar arrastrarnos a otro otoño de confrontaciones y bobadas, pero resistiremos.

En verano queremos saber si mañana hará viento y podremos salir en barca. Si hará sol. Si hay vino blanco y cervezas en la nevera. Si ya son las doce y podemos empezar a beber mientras llegan los amigos que han ido a la playa e intentamos escribir algo que no sea vomitivo. Queremos saber quién ha extraviado la gorra reseca y viejísima de los Yankees de Enric sin la que, según él, el verano no tiene sentido y se puede acabar ahora mismo. Y dónde está el capazo de paja. Y dónde cenaremos. Y con quién. Mientras más gente mejor, pero entonces no cabremos en ninguna de las mesas de los sitios recónditos y humildes que nos gustan porque las mesas son muy pequeñas y no les gustan los grupos grandes.

Queremos saber si todos los niños se han bañado, la única regla del verano, al menos en casa, es que hay que bañarse cada día, pero si prefieres no bañarte, no te preocupes, no pasa nada. Si alguien ha logrado que Noé meta la cabeza debajo del agua en el mar. Queremos saber por qué las hormigas invaden el baño, por qué los mosquitos le pican siempre a él, por qué la sal lamida del hombro de mi hijo pequeño es el manjar más delicioso del mundo.

En algún momento, pasados los primeros días, querremos saber cuántos veranos más nos quedan como este, cuánto tiempo más estaremos exactamente como ahora, rodeados de nuestra gente, sintiéndonos queridos, no a la intemperie. Y lo pensamos con un dolor repentino y profundo que apartamos rápidamente, porque ya somos perros viejos y un poco sabios, y sobre todo en verano, con la ayuda del mar, del vino, de los niños y de los besos, sabemos esquivar con gran habilidad la oscuridad para ponernos como lagartos al sol. Pero antes de convertirnos en lagartos, intentamos negociar con la vida porque somos sabios pero a la vez un poco estúpidos: ¿Diez veranos más? ¿Veinte sería demasiado pedir? ¿Quince? Y dónde está la hamaca del año pasado. Y hay que tirar esta barbacoa chamuscada a la basura. En verano nos damos cuenta de que todo lo que hemos perdido, lo recuperamos, como una bendición y de momento. Y la pregunta más importante: ¿Está buena el agua? Aunque estemos a la orilla del mar y a punto de meter un pie. Y el año que viene compraremos una zodiac. O al menos otra barbacoa.

* Escritora