Hablo de memoria y puede que baile algún nombre o fecha, pero no creo estar equivocado en el fondo. La primera persona nombrada con rango de directora general de Medio Ambiente en un gobierno de la nación fue Concepción Sáez. Sucedió en el primer gobierno de Felipe Gonzalez y fue nombrada por Julián Campo, ministro de Obras Públicas. Se le recibió como se atiende a lo exótico: una guinda, un adorno, una extraescolar semanal, ni siquiera una maría. Pero molaba. Claro que desde este primer nombramiento nunca se apearía más de los organigramas ejecutivos y fue clonando con rapidez en gobiernos autonómicos y municipales.

Aquellos pioneros venían, bien de las guerras contra el Icona y los ingenieros agrónomos (franquistas), bien de la lucha contra las nucleares. Muy mal vistos. Los perroflautas en tiempos de rock and roll. En los años ochenta, junto a los socialistas y la movida, apareció Greenpeace. Todo un acontecimiento. Chicas y chicos valientes que combatían en vivo contra aquellos que vertían residuos nucleares encerrados en bidones de cemento, o se situaban en la línea de lanzamiento de arpones contra las ballenas. Pero pronto atracan en nuestros puertos y fondean en las costas sus barcos para denunciar vertidos venenosos (Portman, por ejemplo).

Empezaron a llamar la atención demasiado y el sistema los señaló como enemigos del progreso, primero, y del empleo poco más tarde. El movimiento ecologista, no obstante, seguía creciendo. Exigían con el mismo afán que empresas y gran parte de los poderes públicos trataban de silenciarlos (o comprarlos). Así las cosas, los responsables de Medio Ambiente, ya empotrados en los gobiernos, comienzan recibir los mismos desdenes y bofetadas que se administraba a sus parientes de fuera. Las batallas internas fueron y continúan siendo (que se lo pregunten a Teresa Ribera y su movida con el gas oil) muy fuertes.

Hubo un tiempo de relajo cuando Aznar llega al gobierno. Nombra a su más intima enemiga interna, Isabel Tocino, nada menos que Ministra de Medio Ambiente. Esta presenta poco después su plan de acción político vestida de pastorcilla pija: tirabuzones rubísimos en el centro de un paisaje idílico de verde y ovejas pastando. No era una ministra de Medio Ambiente, era mucho más: la madre postiza de Heidi. Tocino desapareció de la política profesional tras su paso por esta cartera para dedicarse a ganar dinero en altas instancias financieras y empresas donde se defendía lo nuclear.

No fue el caso de Cristina Narbona. Esta veterana guerrera socialista se tomó desde el principio muy en serio «esto del medio ambiente» y, claro, generó no pocos conflictos en el gobierno de Rodriguez Zapatero y antes. Ella es la partera política de Teresa Ribera, todo decisión, firmeza y aun intransigencia al tratar con su materia.

Y Sánchez la hace vicepresidenta. Todo un triunfo no solo para ella, sino para una causa. De asignatura opcional que se da en el patio del colegio a troncal. Ahora comenzarán a ser otros los ministerios que han de adaptarse a las políticas que marca la transición energética y el cambio climático; ahora el desarrollo industrial, tecnológico, la innovación y el empleo llegan de la mano del medio ambiente.

Tiene el nombramiento de la próxima vicepresidenta Ribera otra lectura de índole político y práctico muy significativa: el presidente la saca del grupo de los «ministros que obedecen» y la lleva al más elevado de los que resuelven los asuntos difíciles con él. España pretende colocarse así en la vanguardia europea en una materia que sí somos alguien y que, al cabo, es casi la única en que los europeos podemos destacar en el concierto político y económico mundial, porque perdida la batalla tecnológica (somos un sándwich entre USA y China) en esta vamos por delante en conocimientos y conciencia.

Ah, y el vicepresidente Iglesias, que tutelará el cumplimiento de lo Odeses, hablará con una igual. Aquí no debe esperar obediencia o acatamiento, solo colaboración.

* Periodista