De ahora en adelante irán desapareciendo el amarillo jaramago de sus ruinas y reaparecerá la hermosura, que ya fue cantada como elogio y recuerdo de un califato, que ha dejado su cadáver en estas piedras reflorecidas. Medina Azahara se sepultó cuando gentes venidas de allá el estrecho se avinieron a desprenderse de los bienes de la vida para convertirlos en dogmas arrasadores de toda felicidad y satisfacción. Declarada Patrimonio de la Humanidad Medina Azahara deberá encontrarse en armonía consigo misma, de acuerdo y en concordia con lo que fue su vida. Nuestro corazón debe estar con el «corazón» de Medina Azahara; es decir, trasladarse a sus años de vida, que no fueron muchos, pero llenos de esplendor.

Medina Azahara es un presente quieto pero vivo, sin tensión de estar «ahora» y «entonces», sin tender a estar a la vez en los siglos X y XI y en el siglo XXI, sin estar inquieta por su distancia en el tiempo de su origen. Los cordobeses debemos contar la perdición de Medina Azahara y hacer su «historicidad» desde la investigación en la Universidad.

Unesco ha hecho de las ruinas de Medina Azahara nuestro «designio», tensión que debemos recorrer entre el propósito de recuperarla y su logro. Medina Azahara es el trofeo de un esfuerzo por eso no solo tiene un valor existencial sino el valor de una intención satisfecha.

Quienes lucharon por esta declaración universal sobre la ciudad palatina semiescondida deben sentirse satisfechos pero quizás no sean felices, porque ya ha dejado de ser un «juego» y ha traspasado la frontera hacia la «seriedad». Antes de la declaración por parte de Unesco era un «juego» frente a competidores agónicos pero ahora esa «satisfacción» se transforma en «preocupación», en «infelicidad» puesto que estamos obligados a descubrir, investigar, adecentar, gestionar las necesidades de la propia ciudad; es decir, obligados a entrar en un periodo agónico.

El esfuerzo del ayer, coronado de gloria, debe dar paso al de mañana, coronado de dificultades para hacer de Medina Azahara una ciudad palatina para la humanidad. Que la «satisfacción», nacida de la declaración, no sea renunciar a la parte de bien y felicidad que representa saber descubrir la esencia de Medina Azahara.