Para quien no sepa de esto diré que la media veda es la época de caza en que ya pueden tirarse, después de meses de escopetas silenciadas en el armero, codornices, tórtolas y palomas. Este día, normalmente mediados de agosto, es probablemente el día que más tiros se disparan en el país en todo el año. Éste, tirando poco, sin abatir nada, a las nueve de la mañana, doloridos todos los músculos de tratar de mantener el equilibrio en el catrecillo de patas larguísimas, para tirar casi de pie, notándome sin reflejos y el dolor de la fractura de húmero del año pasado, tiré la toalla. Pedí que me llevaran a la casa, y me senté en el porche con un tinto de verano helado a esperar que los amigos se hartasen de tiros, o de los pocos tiros, a verlas pasar, en vez de verlas venir.

Me puse a recordar los buenos compañeros que tuve para la media veda en mis años mozos, sin salir de la abogacía. Pepe Ariza, que irradiaba especialización en arrendamientos rústicos desde La Carlota, tenía siempre, como yo, un perro de muestra y cobro bien cuidado y bien enseñado y unas piernas que podían con todo. Un año cansamos a unos jugadores del Betis corriendo por los olivares. Otro lo vi escapar de la guardia civil corriendo de rodillas por un arroyo; porque tenía un buen porcentaje de furtivo. En la última parte de su vida abandonó totalmente la abogacía y se dedicó a curar como fisioterapeuta. Quien diga que la vida no da sorpresas es que ha vivido poco o que se ha fijado poco en lo vivido. José Tomás Valverde, ya fallecido, que fue decano del Colegio de Abogados, era un cazador muy completo. Y digo cazador y no tirador. Tirador de primer orden fue su hermano Carlos, que hoy vive su vejez aislada con el consuelo de los videos de toros. José Tomás, el Punti para los amigos, podía decir con don Juan y conmigo que desde los más altos palacios había bajado a las chozas más humildes. Cazábamos en los mejores cotos y en lo libre más disputado y humilde. Recuerdo haber pasado una noche de víspera de la apertura de la media veda durmiendo en una choza de pastor con la mayor concentración de pulgas que quepa imaginar.

Entonces -cualquier tiempo pasado fue más duro- vivíamos vísperas muy sacrificadas pasando la noche anterior de cualquier manera, con manta o sin manta para tender el intento de sueño. Hoy se reduce todo a cebar cazaderos con pipas de girasol. Después resulta que hay tantos cazaderos cebados que las palomas y las tórtolas no saben donde acudir. Y se reparten los pocos tiros a disgusto de todos.

Eso sí, no faltan al mediodía, con las cervezas heladas, el chorizo picante, los mejillones, la panceta, el tomate de huerta amiga con sal -siempre enemiga para los hipertensos- ni el gazpacho bien hecho. Y todo con las historietas de cazadores que tanta verdad y tanta mentira tienen dentro.

Este año la apertura de la media veda ha sido el 19, domingo claro. Por la noche estaba dejando todos mis aperos de caza, que tengo muchos, perfectamente ordenados; la escopeta limpia y luciente como un espejo, suficientemente engrasada, en el armero… Todo ya solo para ser mirado. Se acabó.

Cercano -cuestión de días- a los 88 años de edad no puedo decir que me haya malogrado como cazador. Quizá me ha costado demasiado admitir que todo tiene su fin, que todo llega y todo pasa. Hasta la caza.

Los trofeos de caza mayor, de cuatro continentes, colgados en mis paredes, me seguirán mirando con sus ojos de cristal, con indiferencia, y yo les seguiré dedicando miradas plenas de recuerdos de tiempos ha, cuando no me había roto el húmero ni ningún pequeño ictus había lastrado mis piernas, cuando yo no bajaba de ochenta tórtolas la apertura de la media veda.

Pero lo mío no es un consuelo vano, porque hoy cuando lo que no bajo de ochenta son los años de edad, mis artículos son, según me dicen, iguales o mejores que los que publicaba cuando no bajaba de ochenta tórtolas. Y quedan los amigos buenos de la buena caza, para trasegar buen vino y compartir historias inolvidables. De manera que ahora no solo engraso mi arma, engraso mi alma.

* Escritor y abogado