Cincuenta años ya, ¡y qué desfigurado, ajado, descompuesto aquel mayo de 1968, tan revolucionario él en sus poses, sus pelos y sus gritos! Porque lo difícil es vivir lo que se dice, hasta dar la vida de una manera traumática o con la constancia de mantenerse fiel hasta el último aliento. «En este valle de lágrimas faltan dos cosas: salud para rebelarse y decencia para mantener la rebelión», dice Camilo José Cela en uno de sus prólogos a La colmena. La clave se halla en el día siguiente al de la revolución. ¿Qué fue de aquellas barbas, aquellas consignas, aquellas manifestaciones por las calles de París? De debajo del asfalto y los adoquines florecieron, igual que en la generación contra la que protestábamos, las barrigas, las canas, las papadas, y siguió la palabrería sin sustancia de tantos loros y cotorras. La generación que íbamos a llevar al mundo a la Tierra Prometida lo llevamos al desastre ecológico. La generación de «haz el amor y no la guerra» nos dedicamos a matar a nuestros hijos y a drogarnos; nos dedicamos a afinar y perfeccionar las artimañas represivas del Poder: ya no se quema ni encarcela al disidente: simplemente se le ignora en medio de una sociedad masificada por la basura cada vez más bien elaborada que vomita la televisión. Corrompimos la semilla de los valores heredados de cinco siglos. Porque las dos guerras mundiales y la bomba atómica marcaron la entrada del mundo en una nueva Edad Media. Así empezó la decadencia de los valores de Occidente, que habían necesitado cinco siglos para dar sus frutos. Floreció el terrorismo, el consumismo, la banalización de todo. Ha sido una labor callada, silenciosa, de cincuenta años. Ahora ya van dorándose sus frutos en la opulencia de un mundo injusto ante el otro inmenso mundo de los desheredados. Los artistas, escritores e intelectuales convertidos en mercaderes de una verborrea sin fin, meros histriones caducos, arrugados, llenos de contradicciones entre lo que decimos y lo que vivimos, meras poses para el vacío de lo que creamos. El relevo generacional, convertido en niños que juegan a revolucionarios, y sacan lo que tuvo vida hace más de cien años y que fracasó. El emperador se pasea cada día con su traje inexistente, porque mandó matar al principito que gritaba que era mentira, que el emperador iba desnudo.

* Escritor